Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y, mientras lo
ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
¿Es una
sensación mía o la programación televisiva está derivando extrañamente hacia
los oficios? Me refiero a que cada vez que enciendo el televisor veo programas
donde explican las vicisitudes de leñadores, cazadores de caimanes, dueños de
casas de subastas, casas de empeños, anticuarios, peluqueros, cocineros,
guardabosques, embargadores, timadores, buscadores de fantasmas, policías
(léase Steven Seagal embutido en un traje de sheriff), funcionarios de prisiones, entregadores de citaciones
judiciales, “pone multas”, mecánicos… En fin, una sucesión de seres con
distintos oficios que, por alguna extraña razón, a algún productor de
televisión le pareció una buena idea seguir en su día a día con una cámara.
No tengo
ninguna intención de mentiros; tarde, después de cenar y ante tamaña
programación, mi dedo, cansado de cambiar de canal, aterriza en alguno de estos
programas. Y ahí es cuando veo a dos enormes tiparracos con pinta de redneck persiguiendo a un hombre en
calzoncillos por su jardín para arrebatarle las llaves de su ranchera que al
parecer ha quedado embargada. La escena puede resultar graciosa, pero espero
que me perdonéis, y no se trata de demagogia, ¿a nadie se le ha ocurrido que,
con la que está cayendo en España, este tipo de programas de embargos no es la
mejor programación? Quiero decir, cada día podemos leer en los periódicos como
gente humilde pierde sus casas por embargos como esos y… ¿nosotros lo
televisamos? Hay que ser hijo de puta. Pero bueno, esa es mi humilde opinión y
yo sólo soy un tipo que escribe.
Otra
maravilla de programa que he podido ver es uno en el que un vejete calvo regenta
una casa de empeños. ¡Qué casualidad! ¡Eso también está muy de moda! La gente
está vendiendo las joyas de la abuela para pagar facturas, otra genial idea
para hacer un programa de televisión. Disculpad, estos programas costumbristas
se me meten por el ano y me salen en forma de bilis por la boca. No quiero
siquiera que los prohíban, sólo me gustaría que alguien más compartiera mi
opinión, no estar solo con esta carga. A veces lo comento
en el trabajo y mi colocutor me mira con los ojos perdidos en el vacío y la
boca entreabierta… “Pues a mí me gusta”… ¿Y quién habla de gustar o no gustar,
homúnculo? En cierta forma a mí también me gusta, pero sé lo que es, sé lo que
estoy viendo, carajo.
Bueno, he
comenzado este texto con el ánimo humorístico y me estoy desviando. Para
terminar esta pequeña entradilla sólo diré que no es preciso que traguéis
incesantemente lo que veis en vuestro televisor. El mejor símil que se me
ocurre es comer: ¿Qué es mejor, comer el caviar con una cuchara sopera o con
cuchara pequeña, lento, paladeando y saboreando? Cuando digo caviar me refiero
al sucedáneo que comemos en Navidad los pobres. Bien, pues este sucedáneo de
televisión que comemos los pobres debe ser igual: verlo lento, con mesura y
pensando en lo que vemos.
Dicho esto,
tras ver alguno de estos programas he echado algo en falta. Algo más nuestro.
Es cierto que han hecho versiones españolas de algunos programas, como el del
cocinero redondito que va por las cocinas de los restaurantes rescatando a
cucarachas casi ahogadas en cuencos de vichyssoise,
que, dicho sea de paso, no sé qué quieren conseguir con este programa.
¿Pretenden que después de ver lo que se cuece ahí acuda corriendo a comer? Por
mucho que vaya este buen hombre con su mejor intención y arregle un poco el desmadre,
os juro por los ojos de mi madre que jamás pisaré ninguno de los restaurantes
que aparecen ahí.
De todas
formas esta es una versión española de un programa extranjero; yo echo de menos
algo realmente nuestro, algo que sea aborigen. Y tras pensar a lo largo de unos
arduos treinta segundos se me ocurrió un programa que sí que vería a gusto, un
programa donde uno podría disfrutar. Mi
futuro ERE, así se llamaría el programa. Antes de tacharme nuevamente de
demagogo, esperad a que os explique cómo sería la cosa. Nada de denuncia
social, nada de esto, la gente que está en casa no necesita nada de denuncia
social; además, para eso ya tenemos a los programas del corazón que se dedican
con gran trabajo y profesionalidad a tratar los problemas del populacho. El
programa trataría un ERE de principio a fin. ¿Cómo comenzó todo? Una exclusiva
entrevista al conserje del edificio de la empresa, donde explicaría como notó
algo raro cuando la gente empezaba a salir a fumar más seguido y empezó a
comprender el problema: “Es que a mí no me explica nadie nada”, diría. Un
programa especial charlando en su intimidad con la mujer de la limpieza: “Pues
verá, yo cada día a las cinco limpio el lavabo de las mujeres, que usted
pensará, poco trabajo, las mujeres somos limpias… ¡un mojón! Unas guarras son
todas estas, que pasan y ni saludan y tiran las compresas a la basura, así como
se lo digo. Pues ahora ya no puedo limpiarlo a las cinco, siempre que entro hay
alguien llorando. Claro que lloráis, guarras, a mí también me dan ganas de
llorar cuando veo las compresas”. Un programa ameno, de relaciones humanas. Un
encuentro con el pérfido comité de empresa: “Treinta años llevo en la empresa”,
diría el presidente, “veintinueve en el comité, ¿qué te parece? ¿Y ahora me
quieren echar? Pues lo mío me lo llevo, eso te lo aseguro”. El desmembramiento
de una empresa, como una imagen a cámara rápida de una ballena varada en la
playa, cangrejos y albatros la van devorando por fuera y los gusanos de dentro
la comen de a poco.
¿Hay algo
más nuestro que eso? Vamos hombre, eso es televisión de calidad, realmente
nuestro: la relación entre los trabajadores, el amor fraternal de la patronal
para con sus empleados y no tanta ñoñería americana.
Me he desbocado,
¿verdad? Quizás sí que ha quedado un poco populista, pero… que se jodan, ellos
se comen las ballenas.
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