Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Los sótanos del Majestic de Georges Simenon y, mientras lo
ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
¿Sabéis a quién echo de menos? A Jessica Fletcher. Durante
años mi madre y yo nos afanábamos para no perdernos un capítulo de la vieja
escritora del condado de Maine, nos apasionaba. La seguimos cuando escribía con
máquina de escribir y cuando la entradilla de la serie nos dijo que la anciana
había entrado en un nuevo siglo y ya escribía en ordenador.
Durante años me pregunté por qué editores, agentes
literarios y demás personas relacionadas con la industria literaria se
empeñaban en invitar a esta buena mujer a sus actos benéficos y cenas de
presentación de algún libro, ¿no se daban cuenta de que la sola presencia de la
señora Fletcher era como llamar directamente a las puertas de la parca? Cada
vez que aparecía con su sonrisa de abuelita alguien la diñaba. Si yo hubiese
sido un personaje de la serie, digamos un corrector, y la hubiese visto entrar
en la sala, me hubiese terminado mi copa de un trago y sin pensarlo dos veces
me escabulliría por la puerta de atrás. Por el amor de dios, esa mujer era la
abuela más gafe de toda la historia. A lo largo de toda la serie murieron
cientos de sus conocidos, cientos de sobrinas que tenía repartidas por todo el
país o, en su defecto, sus prometidos, viejos amigos de Nueva York, colegas de
su difunto esposo Frank. La escritora era como el caballo de Atila, por donde
pasaba no crecía la hierba.
Pero esa no era la única serie de misterio que seguíamos con
fruición, por su puesto estaba nuestro amado Colombo; bueno, en realidad sólo lo
amaba yo. A mi madre le daba verdadero asco, y realmente el entrañable Colombo
no era el paradigma de la higiene; los trajes y las gabardinas eran de órdago,
parecía que durante un par de meses no se las hubiese quitado y que hubiese
dormido vestido varias noches. En fin, a mi madre le horripilaba, pero a mí, a
mí me encantaba. Ver a ese detective de homicidios sacar un huevo duro pelado
del bolsillo de la andrajosa gabardina en medio del escenario de un crimen y
comenzar a comer esparciendo migajas, no tenía precio.
A diferencia de Jessica Fletcher, que tenía unos métodos
deductivos bastante elaborados gracias a su oficio de escritora de misterio y
al sinfín de horas de trabajo de campo, Colombo era un detective intuitivo,
quizá decir que era intuitivo es demasiado atrevido. Colombo era el vecino
cotilla que se metía en todo; cuando llegaba a la inevitable mansión de los
Ángeles donde se había encontrado un cadáver, él comenzaba a husmear por todo
el recinto y lo hacía sin pudor, sin pedir permiso, preguntaba cosas absurdas a
los testigos o sospechosos. “Señor Jackson, ¿está seguro de que comieron
macarrones con tomate?” Y lo hacía mirando al interrogado con su único ojo sano
y preguntando con la voz de cazalla. Pero su verdadera arma para resolver los
intrincados misterios en los que se veía envuelto era el acoso y el derribo. No
había momento del día o de la noche en que los sospechosos pudiesen estar
tranquilos: podían ser las cinco de la madrugada de una tormentosa noche que el
desvencijado Peugeot 403 de Colombo aterrizaría en medio del jardín de la
mansión, al no recibir respuesta a sus timbrazos, se colaría por una ventana
entreabierta y subiría al dormitorio del señor Jackson. El pobre hombre dormía
plácidamente hasta ser despertado por un olor extraño y se encontraría frente a
frente con la picasiana cara de Colombo. “Así que macarrones, ¿eh? No le creo,
Jackson, y lo demostraré…” Y poco a poco se alejaría caminando hacia atrás y
las sombras se lo comerían, pero sabríamos que sigue allí por la luz rojiza que
desprendería su puro barato.
¿Por qué ya no se hacen series así? Ahora todo es
sofisticado, moderno, con técnicas de investigación de última generación. Los protagonistas
son pedantes y pretenciosos, ¿por qué ningún detenido ha intentado arrancarle
la cabeza a Horatio Caine? Su ayudante le decía: “El asesino contó con la
distracción” y él, con los brazos en jarra y mirando a la nada, respondía:
“Pero no contó con nosotros”. Por favor, cientos de veces he soñado que cuando
terminaba de decir una de sus frases apareciese de la nada el teniente Colombo
y le arrease una dolorosa colleja y le gritase: “¡Espabila, pelirrojo!”
Por muy gafe que fuese la Fletcher, por muy andrajoso que
pareciese Colombo, le daban mil patadas a cualquier Horatio Caine. Desde este
humilde blog hago un llamamiento, un grito de socorro sale de mi garganta.
Queremos que vuelvan Colombo y la Flechter; estoy de acuerdo que a Colombo será
difícil volver a verlo, Peter Falk nos dejó en el 2011, pero Angela Lansbury me
consta que está viva, tiene ochenta y siete años, pero por las fotos que he
visto se la ve bien, lozana, digamos que aún mantiene sus facultades. Por favor,
lleva sin trabajar desde 2006, son siete años sin darle una oportunidad a esta
mujer. ¿Por qué no retomarlo donde lo dejamos? Estoy seguro que aún hoy se
hacen un montón de fiestas benéficas y actos públicos, y estoy más seguro aún
de que hace años que no muere nadie en esos actos, ¿por qué se ha perdido una
tradición tan bonita?
Jessica, te echamos de menos a ti y a tu reguero de muertos
inocentes. ¡Vuelve!
Siempre seguirán vivos mientras 8Tv siga en pie.
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