lunes, 18 de febrero de 2013

UNA RELIQUIA


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Moscú-Petushkí de Venedikt Eroféiev y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Los modernos dicen que es el precio de progreso o no sé qué mierda, pero a mí me parece más bien como un Peter Pan que ha olvidado quien es, ha engordado, se ha quedado calvo, no juega con sus hijos y tiene una úlcera del tamaño de una sandía.
No soy de esos que odia la tecnología; escribir un blog y renegar de la tecnología es absurdo. Podría decirlo, por supuesto, y en cierta forma lo creo; esa, junto con otras muchas, es una de mis más queridas contradicciones. Tengo miles relacionadas con este tema.

Me encanta el café hecho con la típica cafetera italiana, de hierro, vieja y sabrosa. El olor a café que deja esa antigualla por toda la casa me encanta, pero sin embargo tengo una de estas modernas cafeteras con forma de nave espacial que son al café lo que la vagina en lata a una mujer; una burda imitación, fría y aséptica.
Me encanta escribir a mano, un folio en blanco, un bolígrafo que escriba bien, y dejarme llevar, pero escribo en mi portátil, un antiguo portátil japonés que, como un anciano fumado, necesita estar conectado siempre a su respirador para seguir vivo.
A veces pienso que hemos perdido tradiciones o costumbres que no deberían haberse perdido, no hablo de la caza de brujas, aunque conozco un par de casos de mujeres que habrían ardido en la pira sin ningún tipo de dudas. ¿Por qué hay gente que habla con sus amigos desde su casa a través de una pantalla de ordenador? ¿Por qué no se calzan los zapatos, salen a la calle en busca de la gente que quieren, la agarran de las solapas y la arrastran a un bar?
Escribo mientras pienso, o viceversa, pero creo que la tecnología nos ha castrado. Hemos dejado de ser hombres y mujeres, como mi pobre gata Frida, que ha perdido todo apetito sexual. Ahora las relaciones humanas terminan o empiezan siempre en el mismo lugar: en el móvil, en las redes sociales… Seguro que hay gente que deja a sus novias por teléfono o que le dice a su pareja más veces te quiero por mensaje que en persona.
La tecnología lo sustituye todo. En una película llamada Demolition Man, una abominable película protagonizada por Stallone, utilizan una especie de aparato de realidad virtual para follar, perdón, para hacer el amor. Y a veces creo que eso terminará siendo así. Compramos por Internet para no relacionarnos con la gente. ¿Comodidad? Yo odio ir de compras, me encantaría comprar en un centro comercial de noche, cuando está cerrado; entraría, cogería las cuatro prendas que necesito, dejaría el dinero en el mostrador y me iría. Pero, por suerte o por desgracia, ahí fuera hay gente, gente con la que debes relacionarte. Y eso puede ser bueno o malo. En mi caso, no es que me encante la gente, pero sin ella no puedo ser yo mismo, no puedo ser sarcástico con un vendedor que no existe delante de una pantalla de ordenador, no puedo pelearme con una anciana en la cola del supermercado que intenta colarse porque sólo lleva un cartón de leche. Lo odio y me encanta; me encanta discutirme con la gente, hablar con ella, odiarlos por comentarios racistas, amarlos por palabras bonitas, es toda una contradicción, lo sé, ¿pero qué hay de malo en ser contradictorio?
Lo pienso cientos de veces cuando estoy tomando una cervecita con Gal·la en la rambla de nuestro barrio, uno al lado del otro con nuestras gafas de sol mirando al astro rey, disfrutando del zumo de cebada, fumando y soltando grandes bocanadas de humo, charlamos. Ella me cuenta cómo le ha ido la semana o cómo ha tenido que rescatar a uno de sus niños que intentaba saltar de una mesa a otra de la clase; yo le cuento como algún incompetente de mi trabajo ha intentado endosarme un trabajo que le pertenece y eso es maravilloso. Por alguna razón se me ocurre mirar a mi alrededor y veo, desanimado, cómo la pareja de al lado que ha salido a pasear termina callada, hablando con alguien a través del móvil. Dan ganas de levantarse, acercarse sigilosamente y gritar; que se asusten y lancen los móviles al aire, aunque eso es imposible porque están tan pegados a ese puto aparatito que es más fácil robarle la virginidad a un monja de ochenta años que ellos suelten el celular.
No quiero ser un amish; la Edad Media tenía cosas malas, como las torturas con el potro, la peste bubónica o el derecho de pernada. Pero en la actualidad nuestro potro es el whatsapp; nuestra peste bubónica, el reguetón y nuestro derecho de pernada, los canales eróticos con mensajes de maduros buscando sexo. Supongo que todo eso se puede utilizar, pero, maldita sea, estamos perdiendo el norte, perdiendo el contacto entre nosotros. No hay que retroceder en el tiempo, no es preciso que empecemos a lavar la ropa a mano o que volvamos a instalar las casi extintas cabinas telefónicas, sólo es preciso que nos toquemos, que disfrutemos de lo poco que nos queda antes de reventar como un grano de pus en la cara de un adolescente. Antes de que nos demos cuenta nos habremos convertido en ancianos decrépitos, sostendremos nuestras vidas con modernísimas máquinas o medicamentos, pero no recordaremos cómo era abrazar a un amigo, le mandaremos un mensaje desde el teléfono incorporado a nuestro respirador artificial. Por eso es preciso que desconectemos un segundo, que nos hagamos un café con esa reliquia italiana, apaguemos el móvil y charlemos con un amigo. Que fumemos, si es que fumamos, un auténtico cigarrillo, y no esta mierda electrónica que nos hace sacar vapor como una tetera, y una vez más nos queramos. Sé que suena muy noño, pero también muchos hombres temen decir en público a sus mujeres que las quieren y no por eso los que supimos salir de la Edad Media y vivir en el siglo XXI dejamos de hacerlo.
Y ahora, con vuestro permiso, apagaré el ordenador, acariciaré a Frida, que me mirará desconsolada encaramada en el sofá, como siempre que me ve salir de casa, e iré al bar de Rosa, una china con pinta de general de Mao Tse-Tung, a que me haga una de esas lavativas que ella llama café y charlaré con ella, sin tecnología; ella, yo y su ábaco.

1 comentario:

  1. completamente de acuerdo con este relato hermano
    saludos!

    ResponderEliminar