martes, 12 de febrero de 2013

CORRE, OXÍMORON, CORRE


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Miedo y asco en las Vegas de Hunter S. Thompson y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Hay situaciones en las que cuanto más te esfuerzas en algo, más improductivo resultas. Te afanas por conseguir algo y, por alguna extraña razón, no consigues tu objetivo, sino todo lo contrario. A mí me ha sucedido lo mismo, pero no como protagonista de la situación, sino mitad espectador del drama humano, mitad secundario de lujo.

Me explicaré: lo único que consigue conmigo la gente que quiere caer bien es caerme mal. Ya sé que he hablado en otras ocasiones de que por norma general la gente suele caerme mal. Pero eso es intrínseco en mí. Hablo de esa clase de gente que, por el motivo que sea, no soporta la idea de caerle mal a alguien y hacen cualquier cosa por caer bien. Se dice que el saber nos hará libres y esa pobre gente es prisionera de la ignorancia. De una ignorancia que ellos mismos alimentan. Soy plenamente consciente de que no le puedo caer bien a todo el mundo, y eso es genial, ¿o no es genial? ¿Imagináis un mundo donde todos se cayesen bien? De hecho, creo que caer bien y a todo el mundo son antagonistas, son un oxímoron como la copa de un pino. Como inteligencia militar o paz armada.
Cuando alguien se empeña en caer bien, siento lástima por él. Lástima porque lo veo hacer el ridículo, haciendo chistes, riendo nerviosamente y mirando a todas partes intentando ser el centro de atención. Pero cuando yo soy la víctima de ese intento siento asco, ira y odio. Tengo ganas de agarrar una tubería oxidada y golpear a la persona en cuestión, dejarla inconsciente y despertarla con un balde de agua fría, y gritar, gritarle a la cara con los ojos inyectados en sangre: “¡No me caes bien! Y nunca me caerás bien, has empezado con mal pie. ¡Asúmelo, no le puedes caer bien a todo el mundo! Y, si sigues así, no le caerás bien a nadie. Asúmelo, con tu actitud, molestas, estorbas e incomodas”.
Puedo soportar a mucha clase de gente, quizás soportar no es el verbo correcto, más bien convivir con cierta clase de personajes. Los tímidos, por ejemplo, son inofensivos, pero la timidez se cura, a algunos sólo hay que darles de beber, aunque es una solución demasiado sencilla y el remedio es temporal, cuando despierten con resaca quizá recordarán lo que han hecho y lo que habrán conseguido es un terrible dolor de cabeza y un gran sentimiento de culpa acompañado de la inevitable vergüenza. Es mejor ponerlos en evidencia, retarles de alguna forma. Si el tímido te acompaña a una discoteca y tu mente despierta detecta que le gusta una chica, tú, como amigo, quizás de forma paternal, debes acercarte a la presa que él sin duda dejará escapar y acercársela. “Esta es Claudia. Claudia, este es mi tímido amigo Fulanito, y yo… yo soy el que se va”. Es posible que el tímido termine por cagarla, si es así, por el amor de dios, dadle de beber.
¿Pero qué puedes hacer con alguien que realmente no te cae bien? ¿Qué se puede hacer con esa clase de personas? Yo, sinceramente, no puedo hacer nada. Si soy cruel con ellos, la gente, al sentir lástima, me lo reprocha y, si disimulo y le río las gracias y hago como que me cae bien, soy yo el reprochable. Me veo en una tesitura complicada. Escribo esto porque me está sucediendo, estoy sufriendo estos ataques de simpatía forzada en mis propias carnes, en mi día a día.
Hay que pensar mucho las cosas, todo o casi todo tiene un porqué y una razón. Yo sé perfectamente que el noventa y ocho por ciento de mis compañeros de trabajo no son mis amigos. Sé que si algún día desaparezco del mapa su vida laboral, seguirán su vida personal, no cambiará nada; del mismo modo que si alguno de ellos desaparece mi vida, esta continuará siendo igual; excepto en el dos por ciento restante. Como diría el álter ego de Tyler Durden: “Las personas que conozco en cada vuelo son mis raciones individuales de amigos”. Y saber eso, como decía antes, saber eso me hace libre de toda carga. No tengo por qué caerles bien, no me los voy a llevar a mi casa. Y eso es justamente lo que hace la persona que me hace sufrir su empeño en la amistad, la que hace que mi úlcera palpite y se retuerza dentro de mí. ¡No quiero que traigas pasteles hechos por ti! No me creo que seas altruista, que estés en tu casa y pienses: “Voy a hacer pastelitos a mis amados compañeros”. No me lo creo. ¿Quieres caerme bien? Eso es imposible, en realidad no es imposible, puede suceder o no. Si me caes bien, será por alguna razón, pero no puedes modificar mi forma de pensar.
Gal·la me suele decir que tengo que trabajar ciertos aspectos de mi irascibilidad, pero creo que ha llegado un momento… Un momento en que soy una bomba de relojería fabricada por un exartificiero desquiciado, medio ciego y puesto de crack. Estoy al borde del colapso.
En cualquier momento diré la verdad y desencadenaré un drama de proporciones estratosféricas.
¿Qué sucedería si un día golpeo con mi cráneo afeitado la pantalla de mi ordenador?, ¿qué sucedería si me pongo de pie sobre mi mesa de trabajo y comienzo a gritar?, ¿qué sucedería? “¡Déjame en paz! Eres un ser ridículo, no te aportaré nada con mi falsa amistad. ¿Quieres que te mienta? De acuerdo, somos amigos. ¿Pero qué sucederá cuando descubras que te he mentido? ¿Te sentirás mal? ¿Me lo reprocharás? Joder, cuida tus amistades fuera de este micromundo oficinista, donde la gente se critica, donde, si pudieran, te pisarían y te apartarían; esta no es la realidad de la amistad, esto es un cuento de terror. Corre, conejo, corre, sal de la madriguera, huye por la puerta, abraza a tus amigos, a los de verdad, a los que no te fallarán, porque yo no soy tu amigo, no lo he sido y no lo seré, y te aseguró que te defraudaré. Para quererme hay que comprenderme, y te ofenderé y no lo entenderás y me odiarás. A mí no me importará, pero a ti… a ti te dolerá”.
Corre, oxímoron, corre.

1 comentario: