Me senté con Frida retozando en
mi regazo a leer Miedo y asco en las Vegas de Hunter S. Thompson y,
mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Hay situaciones en las que cuanto
más te esfuerzas en algo, más improductivo resultas. Te afanas por conseguir
algo y, por alguna extraña razón, no consigues tu objetivo, sino todo lo
contrario. A mí me ha sucedido lo mismo, pero no como protagonista de la
situación, sino mitad espectador del drama humano, mitad secundario de lujo.
Me explicaré: lo único que
consigue conmigo la gente que quiere caer bien es caerme mal. Ya sé que he
hablado en otras ocasiones de que por norma general la gente suele caerme mal.
Pero eso es intrínseco en mí. Hablo de esa clase de gente que, por el motivo
que sea, no soporta la idea de caerle mal a alguien y hacen cualquier cosa por
caer bien. Se dice que el saber nos hará libres y esa pobre gente es prisionera
de la ignorancia. De una ignorancia que ellos mismos alimentan. Soy plenamente
consciente de que no le puedo caer bien a todo el mundo, y eso es genial, ¿o no
es genial? ¿Imagináis un mundo donde todos se cayesen bien? De hecho, creo que caer bien y a todo el mundo son antagonistas, son un oxímoron como la copa de
un pino. Como inteligencia militar o paz armada.
Cuando alguien se empeña en caer
bien, siento lástima por él. Lástima porque lo veo hacer el ridículo, haciendo
chistes, riendo nerviosamente y mirando a todas partes intentando ser el centro
de atención. Pero cuando yo soy la víctima de ese intento siento asco, ira y
odio. Tengo ganas de agarrar una tubería oxidada y golpear a la persona en
cuestión, dejarla inconsciente y despertarla con un balde de agua fría, y
gritar, gritarle a la cara con los ojos inyectados en sangre: “¡No me caes
bien! Y nunca me caerás bien, has empezado con mal pie. ¡Asúmelo, no le puedes
caer bien a todo el mundo! Y, si sigues así, no le caerás bien a nadie. Asúmelo,
con tu actitud, molestas, estorbas e incomodas”.
Puedo soportar a mucha clase de
gente, quizás soportar no es el verbo
correcto, más bien convivir con cierta clase de personajes. Los tímidos, por
ejemplo, son inofensivos, pero la timidez se cura, a algunos sólo hay que
darles de beber, aunque es una solución demasiado sencilla y el remedio es
temporal, cuando despierten con resaca quizá recordarán lo que han hecho y lo
que habrán conseguido es un terrible dolor de cabeza y un gran sentimiento de
culpa acompañado de la inevitable vergüenza. Es mejor ponerlos en evidencia,
retarles de alguna forma. Si el tímido te acompaña a una discoteca y tu mente
despierta detecta que le gusta una chica, tú, como amigo, quizás de forma
paternal, debes acercarte a la presa que él sin duda dejará escapar y
acercársela. “Esta es Claudia. Claudia, este es mi tímido amigo Fulanito, y yo…
yo soy el que se va”. Es posible que el tímido termine por cagarla, si es así,
por el amor de dios, dadle de beber.
¿Pero qué puedes hacer con
alguien que realmente no te cae bien? ¿Qué se puede hacer con esa clase de
personas? Yo, sinceramente, no puedo hacer nada. Si soy cruel con ellos, la
gente, al sentir lástima, me lo reprocha y, si disimulo y le río las gracias y
hago como que me cae bien, soy yo el reprochable. Me veo en una tesitura
complicada. Escribo esto porque me está sucediendo, estoy sufriendo estos
ataques de simpatía forzada en mis propias carnes, en mi día a día.
Hay que pensar mucho las cosas,
todo o casi todo tiene un porqué y una razón. Yo sé perfectamente que el
noventa y ocho por ciento de mis compañeros de trabajo no son mis amigos. Sé
que si algún día desaparezco del mapa su vida laboral, seguirán su vida
personal, no cambiará nada; del mismo modo que si alguno de ellos desaparece mi
vida, esta continuará siendo igual; excepto en el dos por ciento restante. Como
diría el álter ego de Tyler Durden: “Las personas que conozco en cada vuelo son
mis raciones individuales de amigos”. Y saber eso, como decía antes, saber eso
me hace libre de toda carga. No tengo por qué caerles bien, no me los voy a
llevar a mi casa. Y eso es justamente lo que hace la persona que me hace sufrir su
empeño en la amistad, la que hace que mi úlcera palpite y se retuerza dentro de
mí. ¡No quiero que traigas pasteles hechos por ti! No me creo que seas altruista,
que estés en tu casa y pienses: “Voy a hacer pastelitos a mis amados
compañeros”. No me lo creo. ¿Quieres caerme bien? Eso es imposible, en realidad
no es imposible, puede suceder o no. Si me caes bien, será por alguna razón,
pero no puedes modificar mi forma de pensar.
Gal·la me suele decir que tengo
que trabajar ciertos aspectos de mi irascibilidad, pero creo que ha llegado un
momento… Un momento en que soy una bomba de relojería fabricada por un exartificiero
desquiciado, medio ciego y puesto de crack. Estoy al borde del colapso.
En cualquier momento diré la
verdad y desencadenaré un drama de proporciones estratosféricas.
¿Qué sucedería si un día golpeo
con mi cráneo afeitado la pantalla de mi ordenador?, ¿qué sucedería si me pongo
de pie sobre mi mesa de trabajo y comienzo a gritar?, ¿qué sucedería? “¡Déjame
en paz! Eres un ser ridículo, no te aportaré nada con mi falsa amistad.
¿Quieres que te mienta? De acuerdo, somos amigos. ¿Pero qué sucederá cuando
descubras que te he mentido? ¿Te sentirás mal? ¿Me lo reprocharás? Joder, cuida
tus amistades fuera de este micromundo oficinista, donde la gente se critica,
donde, si pudieran, te pisarían y te apartarían; esta no es la realidad de la
amistad, esto es un cuento de terror. Corre, conejo, corre, sal de la
madriguera, huye por la puerta, abraza a tus amigos, a los de verdad, a los que
no te fallarán, porque yo no soy tu amigo, no lo he sido y no lo seré, y te
aseguró que te defraudaré. Para quererme hay que comprenderme, y te ofenderé y
no lo entenderás y me odiarás. A mí no me importará, pero a ti… a ti te dolerá”.
Corre, oxímoron, corre.
jajajaja muy bueno! corre pequeño, corre! XDD
ResponderEliminar