miércoles, 20 de febrero de 2013

EL BUENO DE MUGGSY


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer Momo de Michael Ende y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
Muggsy llegó a casa cansado. Cuando aparcaba la moto en el garaje sólo tenía una cosa en mente: una larga ducha, un plato de pasta fresca, un bote de nata y un capítulo de Perdidos. A pesar de las connotaciones que puede tener el bote de nata, quizás sólo se me haya ocurrido a mí, pero… la nata es un instrumento que Muggsy usa para saciar su afán goloso. Nada más.

Se metió en el ascensor y se miró en el espejo; estaba realmente cansado, se aflojó el nudo de la corbata e hizo girar el cuello lentamente, crujió.
La casa de Muggsy me trae muchos recuerdos, esa fue la primera casa de donde me echaron y no sería la última. Teníamos siete u ocho años y estábamos celebrando su fiesta de cumpleaños, sonaba Thriller de Michael Jackson y yo estaba haciendo mi famosa imitación del rey del pop, dicho sea de paso, ese día fue el último en que lo imité. Como decía, estaba totalmente entregado a la imitación, extasiado con un público entregado, y yo, cómo no, me crecí y me lancé a la improvisación, hasta tal punto que me dio por morder un mueble… Lo sé, no tiene ningún tipo de sentido, nunca he visto un vídeo  de Jacko mordiendo muebles, tal vez si fuese Lady Gaga… La cuestión es que en la fiesta había un primo mayor, no sé, quizás tendría veinte años, y no le pareció que esa fuese forma de comportarse en una fiesta infantil, así que, ni corto ni perezoso, me cogió del brazo y me echó de la casa, y me dejó en el rellano, mirando a la puerta. Por supuesto no me echó realmente, al minuto abrió la puerta y me miró como sólo miran los mayores a los niños, esperando que hayan aprendido la lección. Por entonces yo ya tenía un amplio vocabulario y la palabra que se me pasó por la cabeza fue: “Gilipollas”.
Muggsy abrió la puerta y entró en el recibidor y, de forma automática, le dio al interruptor de la luz. Nada, ni un parpadeo. Insistió un par de veces y soltó el inevitable “joder”. Se dirigió a la caja de empalmes y manipuló algún que otro interruptor sin ningún resultado, ni positivo ni negativo, no sucedió absolutamente nada. De a poco los pensamientos que tenía cuando llegaba a casa desaparecían como burbujas de jabón contra la encimera: ducha caliente, adiós, pasta fresca, adiós, capítulo de Perdidos, adiós…
No sé bien cómo sucedió exactamente, pues narro una historia ya narrada, pero lo imagino con su traje recorriendo la casa, alumbrando con el móvil, maldiciendo a los dioses, probando interruptores y a cada fracaso, un insulto. Pero con moderación, nada de aspavientos, ni gritos ni desorden. La calma, eso lo caracteriza. Yo me hubiese desesperado, hubiese golpeado paredes y gritado como un energúmeno. Pero él salió al balcón, encendió un cigarrillo y dejó la americana sobre una silla de plástico. Se apoyó en la barandilla para fumar. Miró la noche y miró la azotea del gimnasio que tiene en frente, la piscina iluminada; esperanzado, aguzó la mirada, quizá encontraría una pareja escurridiza que esperaba la última hora para entregarse a los placeres del amor acuático, pero no tuvo éxito. Sacó su teléfono móvil, poca batería, mal asunto. Pero hizo la llamada que tenía que hacer, la compañía de la luz debía darle una respuesta a su pregunta: “¿Qué carajo ha sucedido con mi luz?”.
Ciertamente estamos vendidos, todo lo que nos rodea de una forma u otra funciona con electricidad y, si no está conectado a ella, necesita ser cargado periódicamente; una casa sin luz parece el caparazón de un caracol muerto en la carretera, seco y vacío, listo para ser aplastado por la rueda de un camión.
Siete operadoras atendieron al bueno de Muggsy: explicaciones banas, repetición de datos, minutos de espera con una música tediosa, fumó, claro, ¿qué iba a hacer?
¿Qué ha sucedido? Simple, Muggsy cambió la cuenta donde la compañía debía cobrarle los recibos, pero se conoce que la compañía no tuvo tiempo de hacerlo y la factura quedó en un limbo de cuentas vacías o inservibles y, por supuesto, quedó sin pagar, pero no sólo una, sino varias, de ahí que Muggsy se quedase a oscuras.
Salió a la calle, había tenido una idea. El pakistaní le sonrió, como siempre. “Buenas noches, amigo”. Se dirigió a la sección de ferretería y compró varios metros de cable.
Si yo hubiese sido el vecino de Muggsy y hubiese abierto la puerta y hubiese visto al muchacho sudado, con la corbata colgando, con varios metros de cable en una mano y un billete de cincuenta en una mano, no me hubiera quedado otra opción que pensar que me estaba proponiendo algún perverso juego sexual. Por suerte, la muchacha no era una desconfiada como yo y la explicación de Muggsy le convenció. Durante el tiempo que durase ese corte, se nutriría de la maravillosa electricidad de su vecina.
La escena que sigue al intercambio de electricidad entre vecinos fue algo caótica hasta llegar a la calma. Conectó la nevera, la poca comida que contiene no merece el trance de pudrirse, sobre todo porque algo hay que comer; aunque Muggsy sea pequeño, se alimenta. La ducha, por supuesto, fue fría, pero es un valiente y se metió en la bañera como un gladiador salta al circo, con dos cojones. El chorro de agua le golpeó y automáticamente su voz se aflautó, algún vecino pensaría que era Ana Torroja la que cantaba, pero era Muggsy, era un cántico extraño, de grititos de dolor y de sorpresa cuando el agua recorría alguna parte de su cuerpo que aún no había sido mojada. Salió de ese infiero de frío envuelto en una toalla para embutirse en un chándal calentito. La pasta fresca había pasado a mejor vida, un buen shawarma que había comprado junto con el cable sería su suculenta y equilibrada cena. Puso a cargar el móvil, el ordenador, y, en la inmensa oscuridad de su apartamento, se sentó en el sofá, cenó y vio el ansiado capítulo de Perdidos.
Hoy Muggsy es un tipo distinto, dicen que el alcohólico, para poder recuperarse, debe tocar fondo. Y Muggsy tocó fondo, vivió sin luz, no sólo un día, sino más de una semana. Ha aprendido más de una lección: nunca te fíes de las operadoras de una gran empresa, el shawarma puede ser la piedra angular de una alimentación y Ana Torroja puede calentar a un hombre en una ducha.

2 comentarios:

  1. jajajajajajjajaja
    esta historia tiene copyright no!! XDD

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  2. Jajajajajaj, espectacular historia! Ni muggsy la contaría mejor!

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