lunes, 8 de abril de 2013

DIGO PATRIA


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer 7 de noviembre, Oda a un día de victorias de Pablo Neruda y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
No es preciso tener una bandera colgada del balcón para ser un patriota. Los trapos son trapos, sean del color que sean; uno puede amar una bandera, puede quererla e incluso puede querer mostrar a los demás su amor por esos colores enarbolándola desde su balcón, pero eso no lo convertirá en un patriota.

Quizás es mi sensación, pero de un tiempo a esta parte, la palabra patriota se ha cubierto de un tinte fascistoide, la ha recubierto una pátina de ranciedad que muy probablemente se merezca, pero que hay que limpiar y reponer por otra aura. Incluso hay gente que no se define como patriota, por el miedo a que lo cataloguen como derechista, y es preciso liberar a las palabras de la carga que no merecen. Patriota es aquella persona que ama a su patria y que procura todo su bien. En sí, la palabra no tendría por qué ser un término digamos negro; amar es bueno, aunque sea a un pedazo de tierra. Pero no es posible ser patriota sin querer, además, a las personas que habitan esa tierra, es imposible, una patria sin gente no es más que un islote.
¿Es posible que un político se defina como un buen patriota si desmantela la sanidad pública? Definitivamente no. Si con las acciones emprendidas se daña a la población de una nación, automáticamente la palabra patriota se desintegra.
Las infraestructuras de un país (educación, sanidad, etc.) son los puntales del mismo, no se puede querer a un país, ser patriota, sin querer que las infraestructuras funcionen, sean justas y atiendan a cada una de las personas que habitan el país.
Si cuelga una bandera de mi balcón, sea de la patria que sea, y no cuido de ella, no me preocupa lo que sucede en ella y no procuro que la máquina esté bien engrasada, es una terrible hipocresía.
Vamos más allá, incluso es posible que no se me catalogue como patriota, que se me catalogue como ciudadano, como samaritano que ayuda desinteresadamente, que piensa no sólo en su bolsillo, en mantener lleno su estómago, sino que entorna los ojos para mirar el horizonte, un horizonte donde debemos llegar todos; no es preciso tener un sentimiento de patria para querer el bien común. No es preciso llenarse la boca con palabras; las palabras sirven de poco o de nada sin hechos, decir “te quiero” no es suficiente, hay que demostrarlo. ¿De qué sirve proclamar al mundo que se ama a una nación, que se es el más nacionalista, que uno daría la vida por su país, si cuando hay que poner la jeta no se pone? Al contrario de lo que se nos enseñan en las películas, los enemigos de la patria no vienen de fuera, ni de otros planetas ni de otros países, los auténticos enemigos tienen nuestros mismos nombres y nuestros mismos apellidos, son primos y hermanos, son conocidos nuestros. Son la carcoma de un mueble que come sin reponer, comen, roen, roban y el mueble queda débil y vacío, y en un mueble vacío la madera se rompe. Pero, en cambio, si uno cuida el mueble, lo barniza, le cambia las bisagras, las engrasa, le quita el polvo, lo cuida de la humedad, de la carcoma, de las manchas, dura, puede durar para siempre. Quizá ya estamos educados para producir, consumir y callar, quizás compremos una nevera, sabiendo que tiene una durabilidad determinada, que al tiempo se estropeará y no se podrá reparar y deberemos comprar otra, pero no se puede hacer lo mismo con un país. No hay un mercado de nuevos países, no se puede tirar un país a la basura porque ya no sirve, porque haya sido succionada su savia y sólo quede un armazón vacío. Pero si hay un mercado de repuestos, de nuevas piezas, de elementos que debemos usar para reparar lo que las termitas se comen, hay insecticidas para poner a punto un territorio.
Una patria la conforman infinidad de elementos. Pero quizás le demos demasiada importancia a los menos relevantes. Un equipo de fútbol no puede ser un estandarte patriótico, no debe serlo, puede ser una afición, incluso una pasión, pero no es el corazón de un país. Es una parte, como lo son la literatura, la música, la gastronomía, la educación, la política, la sanidad y su gente, sobretodo su gente.
Si uno da lo que pueda a su patria, y uso el término patria pero quiero decir a sus congéneres, si lucha por ellos y cada uno lucha por el vecino igual que lo haría por uno mismo, si cuida del trabajo de los demás, si cuida del campo de los demás, si cuida de la industria de los demás, de la escuela de los demás, de la felicidad de los demás, no tiene que tener ninguna duda de que será recompensado. Las decepciones son muchas, uno cuida algo y otro viene y lo maltrata, pero no hay que perder la esperanza, es probable que todo termine siendo un problema de imitación, como los niños de párvulo que imitan hasta la saciedad las acciones de sus padres, ellos no pueden discernir si lo que imitan es bueno o malo, simplemente lo hacen. Nosotros sí podemos elegir qué imitar, podemos decidir qué hacer y qué decir, cómo cuidar de lo que, al fin y al cabo, nos nutre.
Es probable que debamos sacar nuestras banderas de nuestros balcones y colgar un trapo negro, un lazo oscuro de luto, quizá es prematuro, no debemos enterrar al muerto hasta que el médico no diga está muerto, pero las expectativas de un enfermo si no se cuida (mejor dicho, si no lo cuidan), son pocas. Por lo pronto hay que sacar las banderas y ponerse a trabajar, sonriamos y no nos dejemos engañar. No hablemos de patria, no hablemos de país, no hablemos sin actuar. Probablemente, mientras algunos hablan del amor por un país se lo están comiendo y mientras otros hablan del amor por un país dejan que los otros se lo coman y pronto el amor se gastará de tanto nombrarlo.

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