Me senté con Frida retozando en
mi regazo a leer 7 de noviembre, Oda a un día de victorias de Pablo
Neruda y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
No es preciso tener una bandera
colgada del balcón para ser un patriota. Los trapos son trapos, sean del color
que sean; uno puede amar una bandera, puede quererla e incluso puede querer
mostrar a los demás su amor por esos colores enarbolándola desde su balcón,
pero eso no lo convertirá en un patriota.
Quizás es mi sensación, pero de
un tiempo a esta parte, la palabra patriota se ha cubierto de un tinte
fascistoide, la ha recubierto una pátina de ranciedad que muy probablemente se
merezca, pero que hay que limpiar y reponer por otra aura. Incluso hay gente
que no se define como patriota, por el miedo a que lo cataloguen como
derechista, y es preciso liberar a las palabras de la carga que no merecen.
Patriota es aquella persona que ama a su patria y que procura todo su bien. En
sí, la palabra no tendría por qué ser un término digamos negro; amar es bueno,
aunque sea a un pedazo de tierra. Pero no es posible ser patriota sin querer,
además, a las personas que habitan esa tierra, es imposible, una patria sin
gente no es más que un islote.
¿Es posible que un político se
defina como un buen patriota si desmantela la sanidad pública? Definitivamente
no. Si con las acciones emprendidas se daña a la población de una nación,
automáticamente la palabra patriota se desintegra.
Las infraestructuras de un país (educación,
sanidad, etc.) son los puntales del mismo, no se puede querer a un país, ser
patriota, sin querer que las infraestructuras funcionen, sean justas y atiendan
a cada una de las personas que habitan el país.
Si cuelga una bandera de mi
balcón, sea de la patria que sea, y no cuido de ella, no me preocupa lo que
sucede en ella y no procuro que la máquina esté bien engrasada, es una terrible
hipocresía.
Vamos más allá, incluso es
posible que no se me catalogue como patriota, que se me catalogue como
ciudadano, como samaritano que ayuda desinteresadamente, que piensa no sólo en
su bolsillo, en mantener lleno su estómago, sino que entorna los ojos para
mirar el horizonte, un horizonte donde debemos llegar todos; no es preciso
tener un sentimiento de patria para querer el bien común. No es preciso llenarse
la boca con palabras; las palabras sirven de poco o de nada sin hechos, decir
“te quiero” no es suficiente, hay que demostrarlo. ¿De qué sirve proclamar al
mundo que se ama a una nación, que se es el más nacionalista, que uno daría la
vida por su país, si cuando hay que poner la jeta no se pone? Al contrario de
lo que se nos enseñan en las películas, los enemigos de la patria no vienen de
fuera, ni de otros planetas ni de otros países, los auténticos enemigos tienen
nuestros mismos nombres y nuestros mismos apellidos, son primos y hermanos, son
conocidos nuestros. Son la carcoma de un mueble que come sin reponer, comen,
roen, roban y el mueble queda débil y vacío, y en un mueble vacío la madera se
rompe. Pero, en cambio, si uno cuida el mueble, lo barniza, le cambia las
bisagras, las engrasa, le quita el polvo, lo cuida de la humedad, de la
carcoma, de las manchas, dura, puede durar para siempre. Quizá ya estamos
educados para producir, consumir y callar, quizás compremos una nevera,
sabiendo que tiene una durabilidad determinada, que al tiempo se estropeará y
no se podrá reparar y deberemos comprar otra, pero no se puede hacer lo mismo
con un país. No hay un mercado de nuevos países, no se puede tirar un país a la
basura porque ya no sirve, porque haya sido succionada su savia y sólo quede un
armazón vacío. Pero si hay un mercado de repuestos, de nuevas piezas, de
elementos que debemos usar para reparar lo que las termitas se comen, hay
insecticidas para poner a punto un territorio.
Una patria la conforman infinidad
de elementos. Pero quizás le demos demasiada importancia a los menos
relevantes. Un equipo de fútbol no puede ser un estandarte patriótico, no debe
serlo, puede ser una afición, incluso una pasión, pero no es el corazón de un
país. Es una parte, como lo son la literatura, la música, la gastronomía, la
educación, la política, la sanidad y su gente, sobretodo su gente.
Si uno da lo que pueda a su
patria, y uso el término patria pero quiero decir a sus congéneres, si lucha
por ellos y cada uno lucha por el vecino igual que lo haría por uno mismo, si
cuida del trabajo de los demás, si cuida del campo de los demás, si cuida de la
industria de los demás, de la escuela de los demás, de la felicidad de los
demás, no tiene que tener ninguna duda de que será recompensado. Las
decepciones son muchas, uno cuida algo y otro viene y lo maltrata, pero no hay
que perder la esperanza, es probable que todo termine siendo un problema de
imitación, como los niños de párvulo que imitan hasta la saciedad las acciones
de sus padres, ellos no pueden discernir si lo que imitan es bueno o malo, simplemente
lo hacen. Nosotros sí podemos elegir qué imitar, podemos decidir qué hacer y qué
decir, cómo cuidar de lo que, al fin y al cabo, nos nutre.
Es probable que debamos sacar
nuestras banderas de nuestros balcones y colgar un trapo negro, un lazo oscuro
de luto, quizá es prematuro, no debemos enterrar al muerto hasta que el médico
no diga está muerto, pero las expectativas de un enfermo si no se cuida (mejor
dicho, si no lo cuidan), son pocas. Por lo pronto hay que sacar las banderas y
ponerse a trabajar, sonriamos y no nos dejemos engañar. No hablemos de patria,
no hablemos de país, no hablemos sin actuar. Probablemente, mientras algunos
hablan del amor por un país se lo están comiendo y mientras otros hablan del
amor por un país dejan que los otros se lo coman y pronto el amor se gastará de
tanto nombrarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario