lunes, 22 de abril de 2013

FLOTANDO


La barca está amarrada en el lado izquierdo de una plataforma de madera. En un pilar de madera, de un clavo oxidado cuelgan unos pantalones y una camisa, viejos, raídos.
El río Huang He atraviesa gran parte de China, nace en las montañas de Bayan Har y, tras atravesar siete provincias, desemboca en el mar de Bohai.
La barca, de madera, vieja e inflada por la humedad, choca suavemente contra los maderos de la plataforma, esta se adentra en tierra firme cinco o seis metros, un embarcadero, humilde, abandonado. Es el distrito de Lixia, en la ciudad de Jinan.

Ha amanecido hace un par de horas, el otoño ha comenzado con suavidad y el frío aún no es acuciante. El agua está calma, recorre las orillas con suavidad, arrastrando hojas secas y pequeñas ramas; en la ribera se forman pequeñas nueves espumosas, quizás de contaminación.
Cerca de la pequeña y desvencijada embarcación, de lo más profundo del río emergen dos, tres, cuatro burbujas. El agua se mueve. Cinco, seis, siete burbujas. Y emerge como un tronco arrastrado por las corrientes profundas el viejo Chen. Alzando la cabeza fuera del agua, toma aire, abriendo la boca y mostrando seis dientes intactos casi en perfecto estado. Saca el brazo derecho del agua y se apoya en la barca, “No aguantará piensa, pesa mucho”. Intentando no hundirse de nuevo, saca a flote un bulto, algas y barro lo cubren. De espaldas y nadando torpemente con un solo brazo llega hasta la orilla; aún no sale del agua, se sienta en el fango y se pasa la mano por la cabeza, escasa de pelo, redonda, sucia. Recupera el aliente y tira del bulto, pone un pie en la plataforma de madera y consigue subirlo. “Era joven y grande”.
Aún mojado, comienza a abotonarse la camisa, sostiene un cigarrillo sin filtro entre los labios y, entornando los ojos, mira el cadáver que reposa sobre la madera del muelle. Está desnudo; las aguas, suponiendo que venga de muy lejos, habrán arrancado sus ropas y, si no lo han hecho las aguas, las rocas las habrán hecho jirones, que más da, quizás ya estaba desnudo. Se acerca al cuerpo y se pone en cuclillas junto al cuerpo. Era un hombre joven, treinta años máximo, su hijo tendría esa edad si el río… Mira el río y suspira echando humo por la boca y por la nariz, si el río no se lo hubiese llevado. Aparta el pelo de la cara del difunto y mira la cara, hinchada como el resto del cuerpo, los ojos cerrados amoratados igual que los labios.
Al funcionario del periódico local no le gusta Chen, le da escalofríos. Huele a fango, a pescado podrido, a río muerto. No le gusta que venga directamente del río, con su vieja bicicleta, con el carro atado a una cadena, con un bulto tapado por una lona de plástico. No le gusta tener un cadáver en su porche. Chen entra, con la gorra entre las manos. Mira al funcionario, que lo mira tras la mesa de la entrada. A Chen tampoco le gusta el funcionario, el joven Fu es quien es porque su padre es quien es. ¿Cuántos cartones de tabaco americano habrá pagado su padre para conseguirle ese puesto de funcionario? Fu le sonríe, pero sabe que en realidad no está sonriendo, está planeando; si Fu mandase, mejor dicho, cuando Fu mande, ya no podrá entrar en el periódico. Otro anuncio, ha encontrado otro cuerpo, en el río, claro, cerca del embarcadero del camino de la vieja fábrica.¿Descripción?
Joven, treinta años, pelo negro, tres o cuatro días muerto.
Fu apunta con un lápiz de papel. Mañana aparecerá el anuncio. Chen ya lo sabe, ha puesto cerca de quinientos anuncios, pero nunca el anuncio de su hijo. Ha puesto quinientos anuncios de quinientos cuerpos que ha encontrado; ha encontrado cuerpos de muertos que ni siquiera sabía que estaban muertos, y su hijo que está muerto, ahogado, hundido, lleno de fango, su hijo no flota.
Al día siguiente no sale con su barca, se queda en casa, cerca del río. Un río que le da todo lo que necesita y le quitó todo lo que tenía. Un río oscuro, sucio y serpenteante. Se sienta en un bote de pintura del revés, come arroz, quieto, callado, masticando poco a poco. Se enciente un cigarrillo y tira la ceniza en el cuenco, lentamente. Una barcaza pasa frente a él, con ruido de motor oxidado; el chatarrero, él también lo es, sonríe, nunca había caído, él también es chatarrero. El recolector de hierro herrumbroso lo mira pero no lo saluda, Chen también lo mira, da una larga calada a la colilla del cigarrillo y la brasa le llega a los dedos, ya no se quema.
Una pareja lo espera en la puerta de su casa. Una vieja casa de ladrillos y chapa. El hombre, vestido con camisa de cuello redondo y gorra blanda, la mujer, de negro, ojos rojos y el pelo mal recogido. Junto a ellos una maleta de cartón.
El señor Chen.
El pescador de cadáveres asiente con el cuenco aún en la mano. Se limpia la palma con la trasera del pantalón y se la entrega al hombre.
Somos…
Chen vuelve a asentir, sin mediar palabra abre la puerta y deja paso a la pareja. Una mesa y dos sillas, un camastro, un calendario colgado de la pared y un quinqué.
Junto al camastro, una camilla de madera, madera vieja y maloliente, una sábana cubre el cuerpo, incienso a sus pies y flores sobre el pecho. La madre, quien Chen cree que debe ser la madre, aún no llora, pero el labio inferior le tiembla y los ojos se le humedecen. Chen señala el bulto y el hombre, soltando la mano de su esposa, se acerca, en cuclillas levanta levemente la sábana y mira la cabeza del difunto.
Chen los lava, les echa agua limpia, les quita las hojas de la boca, les desenreda el pelo y les limpia las uñas de las manos y de los pies. El hombre mira a su mujer y asiente.
¿Dónde lo encontró?
La mujer se queda dentro de la casa, aún no se ha acercado al cuerpo de su hijo. El hombre y Chen caminan hacia la orilla del río, fuman.
Desapareció una noche, preguntamos a sus amigos pero no sabían nada.
Chen comprende. Asiente, no es preciso hablar, el caballero de la gorra no lo necesita. Señala un lugar indeterminado, al sur. Ahí fue.
¿Cuánto tenemos que pagarle?
Quinientos.
El hombre fuma. El padre llora.
No tenemos dinero. Hemos gastado todo en el viaje hasta aquí.
Chen da media vuelta y mira al hombre, este lo sigue. Rodean la casa, hay unos arbustos altos, Chen los cruza. Tras los arbustos, entre dos árboles viejos y retorcidos hay una especie de descampado con flores y césped. Sólo ha vendido cuarenta cuerpos. El hombre tira la colilla al suelo. Mira los montículos coronados por flores frescas.
¿Todos estos?
Chen se mete las manos en los bolsillos, nadie lo entiende.
Nuestro hijo…
Ya estaba enterrado, yo lo hice flotar, yo lo enterraré de nuevo.
Vio a la pareja alejarse por el camino, la madre se apoyaba en el brazo de su marido. No miraron atrás.

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