Me ha
llegado una invitación para participar en una reforestación. Pasar un sábado o
un domingo plantando árboles. Supongo que para completar esas tres míticas
máximas: plantar
un hijo, escribir un árbol y tener un libro, el
limonero de mi balcón hace las veces de árbol plantado, así que…
La
cuestión es que la invitación continuaba diciendo que la reforestación tenía un
claro motivo: devolverle a la madre naturaleza lo que le habíamos quitado
imprimiendo tanto. Así que era eso, es por nuestra conciencia, la conciencia de
estar jodiendo a la tierra, de cortar sus árboles… Bueno, pues mi conciencia no
está tranquila, ciertamente, pero os aseguro que no mejorará plantando un pino
en un bosque yermo. Como dijo aquel: “Yo los pinos los planto en mi casa”.
Supongo
que los que acudirán al acto público, a la gran plantada, no saben que la
madera que consumimos en España, tanto la de nuestros muebles como la de
nuestro papel, procede de países en vías de desarrollo (excelente eufemismo,
¿no os parece?, no es mío, por desgracia) donde las talas ilegales son
prácticas habituales. Digo yo que si es un tema de conciencia deberíamos coger
un avión e irnos al Amazonas o a los bosques de la India, pero conociendo como
conozco a esta gente, lo más seguro es que plantasen el pino mediterráneo para
acabar de joderles el ecosistema.
Dice
George Carlin en uno de sus monólogos que una bolsa de plástico no terminará
con la Tierra, que esta nos sobrevivirá a todos y que se reirá de nuestra
contaminación y de nuestras miles de toneladas de basura. Puede ser cierto, lo
que seguro que es cierto es que plantando árboles y haciendo una barbacoa no se
va a solucionar nada.
El
problema real es que no queremos salvar al planeta; en realidad, lo que
queremos salvar es nuestra conciencia, un arbolito y listo, a cagar al campo.
Hombre, señores, un poco de seriedad, hay que ser consecuente con nuestros
actos; que plantemos un árbol, por muy simbólico que sea, es una soberana
gilipollez. Lo mismo que esos que se quejan de mis zapatos de cuero o de mi
afición por la caza, perdón, no por la caza sino por comer animales cazados. A
toda esa panda de anormales los quiero cada día apostados en las puertas de las
“fábricas” de pollos, donde los animales crecen y nacen hacinados en galpones,
donde les encienden las luces tres veces al día para que crean que ha vuelto a
amanecer y vuelvan a comer, alimentados con piensos cárnicos y anabolizantes
que los llenan de agua y hacen que a los hombres nos crezcan las ubres. Pero es
más mediático ponerse frente a una plaza de toros, desnudarse y pintarse de
rojo. ¡Pero vamos, hombre, no me jodas!
El
problema es que necesitamos como sea limpiar nuestra conciencia: plantando
árboles, colocándonos frente a una plaza de toros, comprando verduras abonadas
con excrementos de cabras que sólo comen coliflor y que nos cobran a precio de
oro (hasta con nuestra conciencia hacen negocio). Todos estos actos, que nos
hacen dormir a pierna suelta, yo me los paso por el forro de las pelotas.
Yo sé
que el ser humano es un carroñero detestable, una especie repugnante de animal
sediento de más y más. ¿De qué?, da igual, pero quiere más. Sabiendo eso y
sabiendo además que mi conciencia no la he ensuciado yo y sabiendo también de
donde viene la madera, de donde vienen nuestras pieles y nuestras comidas, lo
que no haré es consumir y arrepentirme, ¿qué tal si no consumimos? ¿Complicado,
no? Pues que nos jodan, ya reventaremos.
Reventaremos .... pero tambien se extinguieron los dinosaurios vencidos por la furia natural y la tierra sobrevivió ... ¿sobreviría otra vez a nuestra gran capacidad de destrucción ...?
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