jueves, 18 de abril de 2013

EL RETIRO DE LA GATA ARISTÓCRATA


Nunca digas de esta agua no beberé y este cura no es mi padre. Pues si lo haces tienes muchos números de estamparte contra tus propias palabras. “Yo soy un hombre libre, nunca me casaré”, y te casas; “Nunca aprenderé inglés”, y la empresa te obliga y aprendes, etc. Yo lo hice, juré que jamás dormiría con un animal y he dormido con uno. Para esas mentes perversas, no estoy hablando de mi costilla Gal·la (digo mi costilla porque es mi blog y puedo, pero odia este termino religioso machista que tanto me gusta usar), hablo, por supuesto, de Frida. ¿Quién me iba a decir a mí que permitiría que la gata que apareció de la nada durmiese acurrucada a mis pies y que disimuladamente, poco a poco, subiese? De apoco, como el que no quiere la cosa, hasta colocarse junto a mi mano para que ambos nos durmamos mientras nos acariciamos. Yo no lo hubiese dicho, por supuesto, pero ha sucedido.

Habrá notado el experimentado y fiel lector que el texto de hoy no empieza como suelen empezar los textos. Eso tiene una explicación. He hablado con Frida, hecho que tampoco hubiese dicho nunca que sucediese, que hablase con un gato, pero, en definitiva, así ha sido.  La situación fue la siguiente. Estaba yo en mi estudio escribiendo y, como suele hacer, se asomó por la ventana y de un salto subió a mi escritorio. He de confesar que al comenzar nuestra relación nunca dejaba que subiese a mi mesa, pero ahora… en fin, podríamos decir que vivo en su casa. Subió, pues, al escritorio y me miró, curiosa, y con sus pasos de aristócrata se paseó frente a la pantalla del ordenador, esperé paciente a que circulase la minina y me dejase proseguir con mi trabajo, pero no sucedió, posó su culo sobre el teclado, oinasldincjkdlsfhsdjkfhsdkjfhsdjk, dejó escrito en la pantalla y me miró, lasciva como sólo mira una gata, y maulló. Un maullido largo y suave, de putón. Le dí una larga calada al cigarrillo y me recosté en mi butaca. “¿Qué quieres?”. Hablando con mi gata… Debo decir que si uno se esfuerza, si tiene paciencia, puede tener conversaciones más interesantes con un gato que con la mayoría de seres humanos. En fin, ella me miró, como decía, lasciva, y maulló. La conversación no la reproduciré exactamente, pues algunos me tacharían de loco y es más que probable que con alguno de mis comentarios ya lo piensen y no está la cosa como para darle la razón a nadie. Miró la pantalla y de nuevo a mí y luego a la pantalla y luego a mí. Alcé la mirada por encima de su lomo y lo que vi en la pantalla no me sobresaltó, pero sí me interesó. Por alguna extraña razón, había una palabra subrayada; Frida era la palabra, al principio del texto, como siempre, pero en negrita. Moví el ratón y el subrayado desapareció. Frida maulló. De acuerdo, teníamos que hablar de ella, de ella y mis textos. Son más de cuarenta textos los que llevo escritos en mi blog, más de cuarenta que empiezan siempre de la misma forma, más de cuarenta que nombran a Frida en su encabezado y parece ser que a mi gata se le ha subido a la cabeza. Y se ha convertido en esa clase de famosas que, una vez conseguida la fama, la desprecian. Quiere, o eso interpreté de nuestra charla, retirarse en la cúspide, ahora que se han contado sus grandezas, que sabemos mucho de ella, que sabemos que es un felino cultivado que lee a Camus y a Shakespeare, que sabemos de sus ademanes, de sus orígenes posiblemente aristocráticos, que se han contado sus intimidades, ahora quiere desaparecer. Parece que en lugar de una gata estemos hablando de J.D. Salinger, que quiso desaparecer del mapa aislándose en su casa.
Intenté convencerla de que me resultaba gracioso comenzar los textos nombrándola a ella y a los libros que estaba leyendo o que había leído, que me gustaba usarla como recurso literario. Aunque ya he dicho que es una gata con tintes aristocráticos, lo que no he dicho es que cuando quiere puede resultar ser la más baja gata callejera, la gata que husmearía en los botes de basura de una taberna portuaria, y no tuvo dulces palabras cuando le dije que era un recurso literario. “Recurso, tu madre”, “Pedante inmundo”, “literato de tres al cuarto”… en fin. No nos hablamos en un par de horas, pero supongo que se supo acomodar y volvió a asomarse por la ventana y no quise mirarla, pero ella me clavó sus ojos y no pude más que permitirle el paso y hacer borrón y cuenta nueva. Me contó entonces que se creía merecedora de un descanso, que a lo lejos los gatos de los vecinos le maullaban obscenidades, que quería desaparecer de la vida pública. Ella nunca había buscado la fama ni el reconocimiento, quería ser una simple gata doméstica, perseguir el humo de los cigarrillos, acurrucarse en el sofá, limpiarse el culo con la lengua áspera, cosas sencillas para una gata sencilla. Parece mentira, pero me sentí culpable, sin pedir permiso había creado una figura mediática; ella, o su personaje, eran creación mía y, sin quererlo, estaba destruyendo a la persona, el personaje estaba masticando y digiriendo poco a poco a la persona-gata. Cuando viene alguien a casa espera ver a Frida sentada encima de un abultado tomo de Las mil y una noches, y ella sufre.
Tras una ardua negociación en la que tuve que interpretar tres duros papeles (el de amo de la gata, el de escritor y biógrafo oficial y el de representante), llegamos a un pacto que parece que gusta a todas las partes. A saber:
1.      De ahora en adelante los textos no comenzarán con el consabido encabezamiento. En primer lugar, porque Frida no quiere ser el recurso literario de nadie y en segundo, porque opina que parezco un pedante nombrando los libros que he leído y no quiere que sufra cuando me quede sin libros que mentar.
2.      Se permitirá la mención de anécdotas relacionadas con Frida siempre y cuando sean consultadas previamente con la dueña de las mismas.
3.      La afectada quiere dejar constancia de que no repudia su pasado literario y que no descarta volver en algún momento, pero no se ve con ánimo por el momento de cargar con tanta responsabilidad.
Tras redactar estos tres puntos, la conversación nos llevó por otros derroteros, siempre relacionados con el blog. Y llegamos a una conclusión, como veis, estoy siempre dispuesto a escuchar, incluso a Frida o sobretodo a Frida. Concluimos, pues, un cuarto punto:
4.      Se cambiará la imagen del blog para hacer patente esta nueva etapa, una etapa más luminosa (de ahí el nuevo fondo blanco), una etapa sin recursos literarios vacíos. Dicho sea de paso, y hecho que ha ayudado al cambio de imagen, es que he recibido alguna que otra recomendación de algún acólito en cuanto al color del blog. Parece ser que en alguna ocasión el fondo oscuro y las letras blancas dificultaban la lectura y llegaban a marear.
Ya era la hora de comer, así que me dirigí a la cocina, me serví un vasito de vino blanco y serví un poco de gourmet de salmón a Frida. Ella con su delicatessen y yo con mi vino disfrutamos del silencio, del resultado de una discusión que terminó en charla, del dulce regusto que queda en el paladar cuando dos amigos resuelven un problema que atormentaba a uno de ellos.
Quiero aprovechar (le he pedido permiso, por supuesto, a Frida) para despedirla como sólo ella se merece. Esto no es un adiós, es un hasta pronto; mis dedos, que tardarán en volver a escribirte, te acariciarán cuando tú lo demandes. Querido amiga, querida gata, querida, en definitiva, hasta siempre, hasta luego, hasta ahora… 

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