Narrar una de nuestras
partidas resultaría aburridísimo, la única manera de disfrutar de un juego es
jugando, así que cómo anécdota del juego de esa tarde contaré primera y última
vez que Pancho hizo un Scrabble. Hacer un Scrabble significa que un jugador
hace una tirada con sus letras, es decir, que
coloca en el tablero una palabra de siete letras, lo cual le suma, sin contar
el tanto de palabra, cincuenta puntos.
Ese sábado la jugada fue de
la siguiente manera. Mi abuelo había colocado meta, Sasha cueva, yo
sumando un s al final de la palabra
de mi abuelo coloqué metas y cuando
llegó el turno de Pancho, se desabrochó la camisa dejando ver su peludo torso y
arrancándose un pelo con dos dedos lo sopló y dijo:
-
Pelito pa’ la vieja.
Mi abuelo se echó las manos
a la cabeza y Sasha enarcó las cejas juntando los dos matojos.
-
No puede ser –dijo mi abuelo.
Al parecer, ese pelito pa’ la vieja, Pancho lo había
aprendido de un jugador argentino que lo usaba siempre, o bien cuando tenía una
buena jugada o cuando quería tenerla.
Y cuando el pelo blanco del
pectoral de Pancho aún revoloteaba en el ambiente colocó noquear en el tablero.
Los hechos históricos se
iban sumando, primero Pancho colocaba su primer Scrabble y por primera vez en
todos esos años ganaba una partida. Pues los que de veras jugaban eran mi
abuelo y Sasha, se podría decir que Pancho y yo hacíamos bulto.
El júbilo nos invadió,
reíamos y chillábamos como energúmenos, como si todos hubiésemos rejuvenecido
hasta la niñez, yo menos que ellos, claro. Mi abuelo se levantó y sacó del
mueble-bar tres botellas y cuatro vasos. Una botella de tequila para Pancho,
una de vodka para Sasha y una de anís para nosotros dos. Yo seguía
entusiasmado, no tanto por la victoria de Pancho, sino por que me había dejado
llevar por la euforia. Pero entonces sucedió algo, Sasha hipó, hipó como un niño
pequeño como si estuviese apunto de echarse a llorar. Pancho serio, más serio
que nunca, le puso la mano sobre el hombro, pero Sasha la apartó de un
manotazo, ahora si que no entendía nada. Pancho, cabizbajo, sirvió vodka en un
vaso hasta el borde, luego el anís y luego el tequila, mi abuelo se tapaba la
boca con un pañuelo y se limpiaba el sudor y yo los miraba a los tres.
Sosteniéndose con una mano
sobre la mesa, como si fuese a desplomarse en cualquier momento, mi abuelo
levantó la copa y dijo:
-
Los amigos se convierten con frecuencia en ladrones de
nuestro tiempo.
Pancho con los ojos
humedecidos y el bigote tembloroso unió la copa a la de mi abuelo y dijo:
-
Al amigo, todo; Al que no es amigo ni enemigo, lo que bien
se pueda; A tu enemigo, la ley.
Sasha los miró, abrió sus
diminutos ojos bajo las cejas enarcadas y dijo:
-
Las lágrimas que caen son amargas, pero aún más lo son las
que no caen –y una pequeña lágrima se sostuvo sin caer en su párpado.
Entonces los tres con las
copas en alto me miraron y yo los miré sin saber que hacer ni que decir.
-
Habla –dijo Sasha con voz suave pero ordenando.
Pancho se limitó a guiñarme
un ojo y me abuelo me alborotó el pelo con su mano.
-
Anda, dí algo y te contaremos que sucede – dijo.
Yo los miré un instante más,
aún no sabía que decir, es complicado decir algo cuando no sabes de que va la
cosa. Los miré de nuevo uno a uno y por fin dije:
-
Os quiero.
-
¡Ándale! –exclamó Pancho mientras chocaba la copa contra las
otras dos- bebamos.
Levanté
mi copa y brindé con ellos que sin parpadear vaciaron la copa en sus gargantas.
Mi
abuelo, poco a poco, fue guardando las fichas en la bolsa y doblando el tablero
y los tres, uno detrás del otro salieron rodeando la mesa y se sentaron en el
sofá.
-
Ven, siéntate, tenemos que hablarte – dijo mi abuelo.
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