Notaba
en ellos algo extraño, una sensación de tranquilidad les inundaba, como si se
hubiesen sacado un peso de encima, pero a la vez estaban tristes, tristes y
felices. Ojos humedecidos, medias sonrisas, suspiros, se daban palmadas se
cogían de las manos…
-
Hace más de veinte años, tu no habías nacido creo… -comenzó
Sasha.
-
No, no había nacido –le certificó mi abuelo.
-
Hace más de veinte años, yo era un inmigrante ruso que huía
de una terrible dictadura, tan terrible como el franquismo o el nazismo, muy
terrible. Crucé Europa en trenes y autobuses inmundos hasta llegar aquí…
-
Encontré a Sasha con su sombrero de oso sentado en un banco
frente a mi gimnasio –dijo Pancho- Lo vi como los estoy viendo ahora, triste y
con los ojos húmedos. Pinche ruso, sólo hay una clase de personas que tienen
esos ojos, los que huyen, no hay nada peor que huir. La tristeza del que huye
es infinita.
-
Pancho y Sasha, tomaban cerveza como animales en un bar
cerca de la estación, cuando yo los encontré casi no se tenían en pie. Durmieron
ahí, el dueño del bar, un viejo hippy, no llamó a la policía y este par
durmieron acurrucados al pie de la barra. A la mañana siguiente volví al bar
para desayunar y los volví a ver sentados en la misma mesa con sendas cervezas.
Me acerqué a ellos y sin mediar palabra les quité las botellas, le pedí al
camarero tres cafés americanos y el Scrabble. Mantener la mente ocupada es el
mejor remedio para olvidar.
-
¿Pero tú de qué huías? –me atreví a preguntar.
-
Creo que en la época que nos tocó vivir, todos huíamos de
algo.
-
Tarde o temprano todos huimos de algo –dijo Pancho.
-
Desde entonces hasta hoy todos los sábados nos hemos reunido
en mi casa para jugar al Scrabble, todos los sábados hasta hoy, que dejaremos
de hacerlo.
Me
levanté, indignado, como si mi abuelo me hubiese insultado, como si no fuese mi
abuelo, como si fuese un desconocido que me hubiese insultado con el peor
insulto del mundo. Me levanté y los miré, supongo que los miré con ira, con una
ira que jamás habían visto en mí.
-
¿Qué quieres decir que dejaremos de hacerlo?
-
Tranquilo, siéntate, tranquilízate –dijo Sasha.
-
¡No, no me tranquilizo! ¿Qué significa esto?
Pancho
se levantó me puso las manos en los hombros y me hizo sentar.
-
¡Deja hablar a tu abuelo! –dijo suave pero firme.
-
No tardamos mucho, quizá tres o cuatro años, en darnos
cuenta de que este juego se había convertido en las cervezas del principio
–continuó mi abuelo- al principio, y yo también lo hice, Pancho y Sasha bebían
para mantener la mente ocupada, pero los tres lo sustituimos por el Scrabble.
-
Hemos jugado horas y horas, y un día me di cuenta, me di
cuenta de que seguíamos huyendo. ¡Maldita sea, nunca vi ruso más cobarde que
yo!
-
Tranquilo Sasha. – dijo Pancho- Teníamos que dejar de huir
pero no sabíamos cómo parar de jugar, así que llegamos a la conclusión, al
pacto digamos, que cuando yo ganase una partida lo dejaríamos. Y todos
volveríamos, dejaríamos de huir. ¡Pinche Scrabble!
Y
ahí terminó todo. Recuerdo como poco a poco la situación se fue desvaneciendo
como el humo, Sasha se caló su sombrero de oso y abrazándonos se despidió sin
decir una palabra. Pancho me acarició el mentón con su puño y me abrazó e hizo
lo mismo con mi abuelo.
Siempre
quise averiguar de qué huían esos hombres, pensé que quizás Pancho tenía hijos
allá en Méjico o que Sasha le podía el haber dejado a compatriotas en su país,
nunca lo supe.
Pasaron
los días y nos llegó la noticia. La mujer de la limpieza había encontrado a mi
abuelo muerto sentado en el sofá, junto a la ventana, con una enorme cafetera
sobre la mesilla y un tablero con letras desperdigadas. Cuando por fin pude ir
a casa de mi abuelo, pasados unos días, la mujer de la limpieza no había tocado
nada. Seguía oliendo a café, puede que fuese mi imaginación, quién sabe, me
acerqué a la mesa donde jugábamos y miré el sofá y la mesilla, comenzando desde
el centro del tablero y encadenando las palabras mi abuelo había escrito: NUNCA
TE DEJES NOQUEAR.
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