miércoles, 10 de abril de 2013

DULCE ALBUR


Me senté con Frida retozando en mi regazo a leer El horror de Dunwich de Howard Phillips Lovecraft y, mientras lo ojeaba y acariciaba a Frida, me puse a pensar…
A lo largo de la historia, durante infinidad de siglos, los hombres, los más sabios, eruditos y preparados, se han dedicado en cuerpo y alma al estudio de los misterios que nos rodean. Haciéndose preguntas, intentando responderlas, volviendo a reformularlas, han intentado descifrar el origen de la vida, el motivo de nuestra existencia o si hay vida después de la muerte.

Filósofos, científicos, sociólogos y demás han dedicado sus carreras a la investigación y a la resolución de dudas que históricamente han atormentado al ser humano, pero por alguna razón que desconozco han pasado por alto una pregunta crucial, una pregunta que merece una respuesta. ¿Por qué en los restaurantes chinos de España no nos dan galletitas de la suerte?
Ya he hablado de la globalización, de que puedo comprarme la misma ropa que usaría un pandillero de los Ángeles o un jugador de baloncesto callejero del Bronx, de que puedo tomarme un café en un vaso de cartón caminando por la calle y puedo tener un móvil de última generación conectado a un satélite; sin embargo, es imposible encontrar un restaurante chino en toda mi ciudad donde, después de comerme mi rollito de primavera, mi sopa de aleta de tiburón y mi pato Pekín, me den una galletita que contenga un papelito con mi fortuna.
No creo en las predicciones, soy totalmente impermeable a ellas, sé que no son ciertas y, por consiguiente, no les doy ninguna validez, pero eso no quita que tenga el mismo derecho que un ciudadano de Baltimore a recibir una galleta de la suerte.
Una vez más, desde este humilde blog hago un llamamiento a la organización mundial de restaurantes chinos: nosotros somos merecedores de toda vuestra cultura. Pido encarecidamente que se haga realidad no sólo mi sueño, sino el de miles de ciudadanos de España: queremos galletitas de la suerte.
“No pierdas el tiempo, aprende a ser feliz en cada instante”, con esta simple frase me conformaría si un día, después de la típica comida china, me diesen una galleta que contuviese un papelito con esta frase; me harían un hombre muy feliz.
Como ya he dicho, no le doy validez a ninguna predicción, no creo en las pitonisas, ni en los adivinadores, ni en aquellos que ven el futuro en una bola de cristal o en un baraja de naipes, no se puede leer el poso del café, ni tampoco las runas son útiles para desentrañar el futuro, es imposible que las líneas de la mano contengan la información de nuestro devenir, pero si tuviese que creer en algo, creería en la futurología de una galleta, ¿cómo va a engañarme la comida? Por ejemplo, el roscón de reyes, si tentando a la suerte sigues comiendo después de no encontrar el haba en el primer trozo y finalmente la encuentras, no te engañan, pagas el roscón, no hay más.
Paseaba con Gal·la por el parque del Retiro de Madrid y una gitana me abordó. Una redonda mujer, de pelo negro, labios carmesí y ojos morunos, con un tatuaje en su pecho izquierdo que rezaba: “Antonio” me llamó la atención. “Te voy a leer la fortuna”. Sin poder evitarlo me cogió la mano y comenzó a predecirme el futuro, larga vida, mucho dinero y una ristra de hijos. No quedé convencido y, como no había sido yo el solicitante de sus servicios, no le pagué, sólo le compré un ramillete de romero. La gitana, ofendida, me echó un mal de ojo y dijo que traía muy mala suerte no pagar la predicción a una gitana. Imagino que los tenderos de cualquier barrio o cualquier taxista podría decir lo mismo si no le pagan por sus servicios, la única diferencia es que los servicios de estos últimos son reales. El mal de ojo parece ser que pasó de largo, me rodeó la calva, no se sintió cómodo y terminó en el suelo, junto a un banco de piedra revuelto entre hojas secas y cáscaras de pipa, pues hoy sigo libre de todo mal.
No creí a la pitonisa calé, ¿por qué?, porque no me dio una galleta. El ser humano, o por lo menos este ser humano que les habla-escribe, actúa según impulsos electromagnéticos que discurren como pequeñas descargas eléctricas entre mi cerebro y mi estómago. Al fin y al cabo, no somos tan diferentes al resto de animales; un perro es adiestrado con premios, el ser humano también. ¿Quiere que crea lo que me está diciendo? Déme de comer. ¿Por qué razón en los viajes del Imserso dan de comer a nuestros jubilados antes de intentarles vender un exprimidor con calculadora o un cuchillo eléctrico inalámbrico? El cerebro les dice que si les han dado de comer cuando aún no habían comprado nada, si compran les darán más comida. Es sencillo.
De todas formas, es probable que no estemos preparados para una predicción de ese calibre, es posible que las predicciones chinas no sean las que necesitamos, pero ya que todo está globalizado… ¿por qué no copiar la idea? Veamos la situación: un grupo de amigos celebra alguna fiesta, pongamos el cumpleaños de uno de ellos. Han elegido un restaurante gallego, la cena discurre con normalidad, vino turbio, pulpo, choricitos, lacón, etc. Cuando llegan los postres, el mesonero, un gallego socarrón y de sonrisa amplia, trae a la mesa un plato de filloas, un plato típico de la repostería gallega, una especie de cánulas de algo parecido a la masa de la crep (aunque me parezca odioso buscar parecidos a las comidas), pues bien, dentro de estas filloas encontrarían, quizás sólo en una de ellas así le podríamos dar más sentido azaroso al asunto, un papelito con una frase. Y pongamos que el que encuentra el mensaje es el cumpleañero y, digamos más aún, digamos que en el papelito dice: “Si a los que te acompañan quieres agasajar, a las viandas has de invitar”, y el trabajo estaría hecho, el cumpleañero, siguiendo los dictámenes de un papel encontrado dentro de un dulce, pagaría la cuenta. Los demás habrían sido los afortunados y él se sentiría bien por no defraudar a la filloa y mal por pagar la gula de la piara que tiene como amigos. En definitiva y sin darle más vueltas, el azar siempre te llena, pero siempre quiere algo a cambio, en este caso, que pagues la cuenta. 

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