miércoles, 24 de abril de 2013

YOU CAN HELP ME


Tras ella había un gordo sonriente. Calvo, medio calvo en realidad, colorado de cerveza o de sol. La mujer me miró tras unas gafas oscuras, pasadas de moda y me dijo: “You can help me”.  No hablo inglés pero la entendí, la entendí perfectamente. No era una llamada de socorro, no había sido víctima de un robo ni de un maltrato, no estaba pidiendo ayuda en ese sentido. Sostenía un mapa de la ciudad y me miraba. Comenzó entonces una perorata en su idioma nativo y no miré el mapa que ella miraba, atendía exclusivamente a su cara.

“¿Ok?” “Dijo. “Por supuesto, debe usted tomar la primera bocacalle, caminar cien metros y torcer a la derecha, en ese chaflán encontrará una tienda de ultramarinos, justo en frente tiene usted la parada de autobús, hay cuatro líneas, debe usted coger la siete, el conductor podrá indicarle sin problemas donde debe apearse”. La turista me miró con el labio medio caído y parpadeando, sólo un ojo, temí que el otro fuese de cristal así que sólo le miraba al parpadeante. Intentó hablar pero le ofrecí otra posibilidad: “Si prefiere usar el metro, puede usted seguir recto por esta avenida, llegará a una pequeña plaza arbolada y deberá tomar la callejuela de la izquierda, al cruzarla podrá ver perfectamente la boca del metro, la línea cuatro, unas once o doce estaciones y habrá llegado a su destino”. El ojo ya no parpadeaba, estaba completamente cerrado. “In english please”.

Cuando se alejaron yo me sentía espléndidamente pero es probable que al llegar a su ciudad de origen, le contarán a sus amigos que los indígenas del lugar se niegan a hablar en cristiano. Lamentablemente para ellos toparon con la persona inadecuada.  Me dedicó un “gracias por nada” cuando yo le dije con tono amable sin perder la compostura. “¿Español, castellano, Cervantes?”.
No se trata de mala educación, por lo menos por mi parte, no rechazo al turista, rechazo al sentimiento colonial, a la superioridad lingüística. Quinientos millones de personas hablan español, quinientos ocho inglés, ¿por ocho millones hay que ponerse chulos? No me gustaría jugar a quien la tiene más grande, hay extraordinarios escritores de habla inglesa por los cuales no tengo ningún odio, todo lo contrario, pero queridos amigos el español o el castellano, como queráis llamarle, es una lengua rica y hermosa, supongo que todas lo son, donde quiero llegar es, que allí donde fueres…

Maldita sea, ¿tanto le cuesta tener un pequeño diccionario y destrozar nuestra lengua conjugando mal los verbos? Ese simple hecho, si la turista se hubiese acercado a mí con el diccionario intentando hacerme entender en un mal español donde quería ir, yo habría sacado del bolsillo mi pésimo inglés y nos hubiésemos entendido.
No existe el ombligo del mundo, el culo si, pero el ombligo no. La tierra no es un mamífero, es una roca redonda. Y una de las muchísimas cosas buenas que tiene es que hay miles de idiomas y miles de culturas, ¿por qué razón, un ciudadano de Barcelona debería saber inglés? Hay muchas, cultura, trabajo etc. Pero entre todas ellas no está la de guiar a los turistas.

Recuerdo que de adolescente fui a Alemania y en un bolsillo de la chaqueta llevaba una pequeña libreta donde había apuntado varias frases en alemán para poder salir del paso. “¿Cuanto vale esto?”, “¿Dónde está el servicio?”o “Por favor quiero comida me acaban de robar las maletas en ese prostíbulo”.
Pero por alguna extraña razón, hay cierta clase de gente que viaja por el mundo con la convicción que la lengua común es el inglés. Lo es en simposios, en reuniones de trabajo de multinacionales, en la bolsa y demás pero no en la calle.

En un viaje a Buenos Aires, un vuelo “barato” con un sinfín de escalas. Hice un amigo de vuelo un judío de origen Argentino. Durante horas él practicó su nefasto castellano y yo hablé mi horripilante inglés, creando una extraña mezcolanza a la que no se puede ni llamar Spanglish. Pero durante horas, hablamos de literatura, de política y nos contamos anécdotas de nuestros viajes. ¿Y saben qué? Nos entendimos, cuando uno se encasquillaba el otro le ayudaba, intentábamos buscar sinónimos, explicaciones a palabras que desconocíamos, destruíamos los verbos para construirlos nuevamente mal conjugados, buscábamos en las revistas de las aerolíneas que por lo general vienen en varios idiomas y señalábamos la palabra que queríamos decir. Y la comunicación fue posible.

Si yo lo conseguí, si mi inglés de inmigrante italiano tartamudo y gangoso del Bronx de los años veinte le sirvió a mi acompañante, si hizo el esfuerzo ¿por qué no podía hacerlo la turista ojo de cristal? Yo os diré por qué, por que ella no viaja, ella no cree estar en el extranjero, ella cree por alguna incongruencia histórica que España es una colonia inglesa, americana o vete tú a saber de donde era la tiparraca. Cree que la bandera roja y gualda es una derivación de la suya, que la señera es un trapito divertido que colgamos por alguna tradición indígena, que no hay fronteras por que su Inglaterra natal o sus amados Estados Unidos de America nos tienen bien cogidos. Pues sepa usted ojituerta, que no somos siervos de nadie que nuestra lengua es ancestral y que la suya… ¡joder que sí, que lamento decirlo pero nosotros la tenemos mucho más grande!

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