Tras
ella había un gordo sonriente. Calvo, medio calvo en realidad, colorado de
cerveza o de sol. La mujer me miró tras unas gafas oscuras, pasadas de moda y
me dijo: “You can help me”. No hablo inglés pero la entendí, la entendí
perfectamente. No era una llamada de socorro, no había sido víctima de un robo
ni de un maltrato, no estaba pidiendo ayuda en ese sentido. Sostenía un mapa de
la ciudad y me miraba. Comenzó entonces una perorata en su idioma nativo y no
miré el mapa que ella miraba, atendía exclusivamente a su cara.
“¿Ok?” “Dijo.
“Por supuesto, debe usted tomar la primera bocacalle, caminar cien metros y
torcer a la derecha, en ese chaflán encontrará una tienda de ultramarinos,
justo en frente tiene usted la parada de autobús, hay cuatro líneas, debe usted
coger la siete, el conductor podrá indicarle sin problemas donde debe apearse”.
La turista me miró con el labio medio caído y parpadeando, sólo un ojo, temí
que el otro fuese de cristal así que sólo le miraba al parpadeante. Intentó
hablar pero le ofrecí otra posibilidad: “Si prefiere usar el metro, puede usted
seguir recto por esta avenida, llegará a una pequeña plaza arbolada y deberá
tomar la callejuela de la izquierda, al cruzarla podrá ver perfectamente la
boca del metro, la línea cuatro, unas once o doce estaciones y habrá llegado a
su destino”. El ojo ya no parpadeaba, estaba completamente cerrado. “In english please”.
Cuando
se alejaron yo me sentía espléndidamente pero es probable que al llegar a su
ciudad de origen, le contarán a sus amigos que los indígenas del lugar se
niegan a hablar en cristiano. Lamentablemente para ellos toparon con la persona
inadecuada. Me dedicó un “gracias por
nada” cuando yo le dije con tono amable sin perder la compostura. “¿Español,
castellano, Cervantes?”.
No se
trata de mala educación, por lo menos por mi parte, no rechazo al turista,
rechazo al sentimiento colonial, a la superioridad lingüística. Quinientos
millones de personas hablan español, quinientos ocho inglés, ¿por ocho millones
hay que ponerse chulos? No me gustaría jugar a quien la tiene más grande, hay extraordinarios
escritores de habla inglesa por los cuales no tengo ningún odio, todo lo
contrario, pero queridos amigos el español o el castellano, como queráis
llamarle, es una lengua rica y hermosa, supongo que todas lo son, donde quiero
llegar es, que allí donde fueres…
Maldita
sea, ¿tanto le cuesta tener un pequeño diccionario y destrozar nuestra lengua
conjugando mal los verbos? Ese simple hecho, si la turista se hubiese acercado
a mí con el diccionario intentando hacerme entender en un mal español donde
quería ir, yo habría sacado del bolsillo mi pésimo inglés y nos hubiésemos
entendido.
No
existe el ombligo del mundo, el culo si, pero el ombligo no. La tierra no es un
mamífero, es una roca redonda. Y una de las muchísimas cosas buenas que tiene
es que hay miles de idiomas y miles de culturas, ¿por qué razón, un ciudadano
de Barcelona debería saber inglés? Hay muchas, cultura, trabajo etc. Pero entre
todas ellas no está la de guiar a los turistas.
Recuerdo
que de adolescente fui a Alemania y en un bolsillo de la chaqueta llevaba una
pequeña libreta donde había apuntado varias frases en alemán para poder salir
del paso. “¿Cuanto vale esto?”, “¿Dónde está el servicio?”o “Por favor quiero
comida me acaban de robar las maletas en ese prostíbulo”.
Pero
por alguna extraña razón, hay cierta clase de gente que viaja por el mundo con
la convicción que la lengua común es el inglés. Lo es en simposios, en
reuniones de trabajo de multinacionales, en la bolsa y demás pero no en la
calle.
En un
viaje a Buenos Aires, un vuelo “barato” con un sinfín de escalas. Hice un amigo
de vuelo un judío de origen Argentino. Durante horas él practicó su nefasto
castellano y yo hablé mi horripilante inglés, creando una extraña mezcolanza a
la que no se puede ni llamar Spanglish. Pero durante horas, hablamos de
literatura, de política y nos contamos anécdotas de nuestros viajes. ¿Y saben
qué? Nos entendimos, cuando uno se encasquillaba el otro le ayudaba,
intentábamos buscar sinónimos, explicaciones a palabras que desconocíamos,
destruíamos los verbos para construirlos nuevamente mal conjugados, buscábamos
en las revistas de las aerolíneas que por lo general vienen en varios idiomas y
señalábamos la palabra que queríamos decir. Y la comunicación fue posible.
Si yo
lo conseguí, si mi inglés de inmigrante italiano tartamudo y gangoso del Bronx
de los años veinte le sirvió a mi acompañante, si hizo el esfuerzo ¿por qué no
podía hacerlo la turista ojo de cristal? Yo os diré por qué, por que ella no
viaja, ella no cree estar en el extranjero, ella cree por alguna incongruencia
histórica que España es una colonia inglesa, americana o vete tú a saber de
donde era la tiparraca. Cree que la bandera roja y gualda es una derivación de
la suya, que la señera es un trapito divertido que colgamos por alguna
tradición indígena, que no hay fronteras por que su Inglaterra natal o sus
amados Estados Unidos de America nos tienen bien cogidos. Pues sepa usted
ojituerta, que no somos siervos de nadie que nuestra lengua es ancestral y que
la suya… ¡joder que sí, que lamento decirlo pero nosotros la tenemos mucho más
grande!
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