Se me ocurrió, una de mis ideas extraordinarias, a las que Gal·la
ya está acostumbrada, sabe que son ideas que son generadas por algún cable
suelto de mi cerebro, ideas que tan pronto aparecen como desaparecen. Se me
ocurrió pues, plantar tomates en el balcón. Con una clara intención de
abastecerme de tomates in eternum .
De más está decir que el único parecido entre un agricultor y mi persona es que
hemos nacido en el planeta tierra, nada más. Así que ni corto ni perezoso me hice
con unas tomateras y las planté una maceta de mi balcón.
Los días pasaron, yo regaba la tomatera que parecía más una mala
hierba que algo comestible, y cada mañana salía a ver si sucedía algo. Muchos
días pasaron hasta que una mañana corrí, como un niño chico que ha puesto
lentejas secas con algodón húmedo y observa como comienzan a echar raíces, el
típico experimento de colegio, corrí hacia Gal·la, gritando inconexamente “¡Planta,
terraza, tomate, sale, tomate, tomate!”, Ella sonrío y me acarició la cabeza.
Me comí mis tomates, los lavé, los corté, los sazoné y me los
comí, puedo decir sin miedo a equivocarme que es el mejor plástico que he
comido jamás. El experimento me sirvió para tirar la planta al carajo y bajar a
la frutería.
Bueno parece ser, que no soy el único al que se le ha ocurrido, en
Estados Unidos, país con una tradición gastronómica amplísima llena de grasas
saturadas artificiales a algún sector de la sociedad se le ocurrió que la mejor
manera para comer sano era autoabastecerse y no contentos con plantar tomates
en los balcones decidieron tener gallinas. Reconozco que esa idea también se me
pasó por la cabeza, evidentemente Gal·la dijo que por ahí sí que no pasaba.
Bueno que me voy por los cerros de Wisconsin, la cuestión es que
se puso de moda y miles de familias compraron gallinas, los imagino en tropel
comprando polluelos en los mercadillos, si es que en Estados Unidos existen los
mismos mercadillos que aquí, con cajas de cartón atestadas de polluelos a uno o
dos euros. Se los llevaron a casa, les acondicionaron una jaula y ale a hacer
huevos revueltos. La aventura funcionó el primer año, cada tanto huevos frescos
para sus exquisitos platos, el segundo año siguió funcionando, huevos y más
huevos. Pero el tercero, el tercero la gallina dijo, hasta aquí hemos llegado y
lo único que hacía era cacarear, comer y cagar. La miraban, la gallina los
observaba con sus ojitos negros y picoteaba el grano.
Imagino al bueno de Bob con su mujer Linda y sus hijos Boby Jr y Mery
Su, mirando a la gallina y ésta pensando,” No tenéis la más repajolera idea de
gallinas” y es cierto ni Bob ni su familia no sabían que una gallina pone
huevos los dos primeros años, luego deja de hacerlo y se convierte en una
gallina vieja. Y ya saben como son cierta clase de americanos, de comerse
animales nada, otros más al sur se comen hasta las ardillas que pasan por
delante del porche, pero la familia de Bob se deshizo de la gallina.
Aquí en esta tierra, aunque también existen gentes como Bob, es
decir, cien por cien urbanitas, tenemos un remanente campestre y pensamos: “Gallina
vieja, igual a caldo”. Pero en Estados Unidos ni se les ocurriría, del mismo
modo que no pueden concebir que aquí nos pongamos hasta las tetas con un buen
arroz con conejo.
Bob, les dijo a sus hijos que había llevado a la gallinita a un
lugar donde será más feliz, y lo peor del tema es que es cierto. La llevó a un
albergue para gallinas. ¡Un albergue para gallinas! Esta gente tiene albergues
para gallinas. Cada año se abandonan quinientas gallinas y el número va
subiendo. Así que hay un lugar en estados unidos (ojo al nombre: Chicken
Run Rescue) donde viven cientos de gallinas. Cientos de
gallinas indultadas, cientos de gallinas que viven felices correteando por una
granja, comiendo grano, cagando a diestro y siniestro, dedicándose a la
diversión y a la vida contemplativa. No sé si eso es síntoma de país
civilizado, me temo que no, esta potencia necesita saber ciertas cosas. ¿Es que
nadie les ha enseñado la palabra croqueta? “¡Croqueta my friend, croqueta!”
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