jueves, 3 de octubre de 2013

LIMPIANDO ALFOMBRAS

No es un película muy conocida en España, se llama Esperando la carroza, la trama si bien no tiene mucho que ver con lo que me dispongo a contar es la siguiente: la familia de mamá Cora, una adorable anciana, se reúne para celebrar una comida de aniversario, en ese ambiente les llega la noticia, más bien una sospecha, que mamá Cora ha desaparecido y probablemente ha muerto. Hay una escena, que puede que pase a los anales del cine, por lo menos en mis anales, dos personajes de la historia recorren las calles en busca de la octogenaria. Visitarán en su búsqueda la casa de unos familiares, muy humildes. Cuando uno de ellos sale de la vivienda, dice mientras se come una empanada:  “Qué miseria che, qué miseria. ¿Sabés lo que tenían para comer? Tres empanadas, me partieron el alma. Tres empanadas que les sobraron de ayer para dos personas. Y vio amigo que poco se puede hacer por la gente”. Y muerde la empanada.

Eso es  lo que me ha recordado las declaraciones del señor Durán i Lleida en una entrevista, le preguntaban sobre su futuro fuera de la política, ¿Terminará su tesis, se dedicará a la docencia? “¿Y de qué viviré?” Se pregunta el político. “¿De qué comeré?, Los profesores lo pasan muy mal, no ganan suficiente, no tendría suficiente”.  ¿Oyen eso?, ese chisporroteo, es mi bilis.
Hace tiempo me prometí ―les adelanto que me he fallado― no defraudarme nunca más por lo que hagan mis semejantes, y cuando digo semejantes, aunque duela colocarlos ahí, hablo de los políticos. Decidí que dadas las circunstancias y visto lo visto, no sólo en nuestra época sino en todas las que ya han pasado, uno no puede decepcionarse de lo que decidan por nosotros, que no podía sorprenderme con sus acciones ni con sus declaraciones, del mismo modo que uno no puede sorprenderse  que una paloma vuele o un lenguado nade, es su naturaleza, nada sorprendente. Pues bien, me sigo sorprendiendo, me siguen defraudando día a día y eso que hice un esfuerzo para mentalizarme, para conocerlos y los conozco, créanme, pero aún así, me sigue sucediendo.
Podría divagar sobre el tema, del como son, del hay que ver, del que cara dura, del que ya está bien… ¿Y con eso qué? Un perro se caga en la alfombra una vez, si sucede dos veces es culpa del dueño, se puede evitar, hay remedio para ello. Pero si se toman todas las medidas y el perro lo sigue haciendo, no hay otra su perro es gilipollas. No es el caso, nuestros perros no son gilipollas, olvídense de eso, no tienen nada de mentecatos ni de fatuos, son bien conscientes de donde se cagan y donde se mean, asómense a la ventana, ¿ven esa lluvia? Bien ya saben que no es agua.

No caeré en el repugnante tópico, aunque reconozco que alguna vez me lo he planteado, que tenemos los gobernantes que nos merecemos, es discutible, a este señor, a este buen hombre no nos lo merecemos, del mismo modo que no nos merecemos a tantos otros. Recuerden que nosotros tenemos muchas cosas en la cabeza, eso no nos exculpa evidentemente, pero ellos no tienen nada más que hacer, se dedican en cuerpo y alma a sus ardides, tejen cuidadosamente sus telas de araña y se afilan los colmillos con esmero. Mientras nosotros, lavamos, fregamos, trabajamos, sudamos, luchamos… Insisto, el perro se caga porque nosotros le dejamos. Quiero dejar constancia del plural que utilizo, no imparto cátedra, ¡No lo permita Maradona! Yo también debo darme en el hocico, pues parece que yo mismo soy el que se caga en la alfombra. ¿Cambia la cosa, no? Dejemos de echar pelotas fuera, aquí nadie se caga en alfombra ajena ―y disculpen tanto excremento en tanta alfombra― somos nosotros mismos los que ensuciamos nuestros felpudos, si tenemos que mirar a alguien y juzgarlo ese está en el espejo. ¿Qué hacemos mal?, ¿Qué no hacemos?, ¿Por qué permitimos o transigimos?, ¿Qué debo hacer? ¿Será mucho, será poco? Son sólo preguntas, que no tendrán respuestas si permitimos que sigan respondiéndolas otros mientras nosotros les limpiamos las alfombras. 

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