lunes, 14 de octubre de 2013

DOS TIPOS DE HOMBRES

Dejémonos de filosofadas y de profundidades fatuas.  En esta vida hay dos tipos de hombres, los que saben jugar al futbolín y los que no saben. Eso es así, en grandes rasgos. Olvídense de cualquier otra cosa, de hombres buenos u hombres malos, de altos y bajos. O sabes jugar o no sabes jugar eso es lo que te diferencia. Sólo hay un subgénero que se puede aceptar, el que miente diciendo que sabe jugar, pues durante un rato, el que dure el partido, será buen jugador o todo lo bueno que haya dicho que es, finalmente su mentira será desenmascarada y entrará a formar parte del grupo de los que no saben jugar.

Yo, no sé jugar al futbolín. Y además soy de los que miente. Miento como un bellaco, como la serpiente de Adán y Eva, miento hasta rabiar. “¿Futbolín?, Amigo mi segundo apellido es futbolín”. No sólo miento diciendo que sé jugar, mi mentira asegura que soy uno de los mejores jugadores que jamás hayas podido ver. Pero la verdad salta al terreno de juego con los primeros pases, soy tan malo que algunos de mis jugadores tropiezan entre ellos, con lo complicado que puede llegar a ser eso en dicho deporte.
Dos o cuatro jugadores, se elige equipo lanzando una moneda, se elige adelante o atrás lanzando una moneda, lo que no se elige tan azarosamente es la victoria. La victoria vendrá cuando mi juego lastimoso, mis reflejos paquidérmicos, mi muñeca de octogenario dejan patente que soy un mentiroso repugnante. ¿Conocen la sensación de mentirle a una madre?, ¿El momento en que una madre descubre una mentira y como sólo sabe hacer una madre te hace sentir como el ser más inmundo sobre la faz de la tierra?, ¿La conocen? Así actúa un compañero de futbolín al que has mentido. Puedes mentir al contrario, eso puede ser perdonable, siempre puedes defenderte con artimañas técnicas, el campo estaba abombado, las pelotas son viejas, no tienen grasa las varillas de metal, mis jugadores se mueven…, pero cuando un compañero descubre que le has mentido, cuando rasga la capa de embustes que has tejido entorno al partido, esa decepción, es comparable a la de una madre.
―Pero…, ¿Esta mierda que es?
Los ganadores se marchan dándose palmadas en la espalda, ellos son de los que sí saben jugar, vuelven, como los grandes héroes, cubiertos de gloria, entre laureles, atravesando un arco de triunfo. Tu compañero parte taciturno, perdedor, traicionado, engañado, pateando guijarros  y las manos en los bolsillos y tu quedas solo, junto al campo desierto con una moneda en la mano:
―Chicos… chicos… ¿Y la revancha?
Revancha…
Por suerte, el hombre (léase género masculino) perdona con facilidad ciertos tipos de infidelidad. Sucederán dos cosas: el perdedor asumirá cualquier burla del partido póstumo, sabrá encajar las risas y los chistes, los mofas de sus goles en propia y las menciones a su portero inmóvil. En cuanto al ganador, tiene ese derecho, tiene el derecho a hacer leña del árbol caído, sucedía en la antigua roma, en el imperio otomano y en nuestra actualidad, el ganador se ríe del perdedor.
Has dos certezas en este mundo, que el tiempo pasa y que un hombre no puede hacer el molinete con sus jugadores. El tiempo pasará y las derrotas se difuminarán y tarde o temprano llegará la revancha, la esperada revancha, ese partido, entre cervezas, ese partido que tanto ha esperado el mal jugador, que ya no puede mentir pues saben de su condición, un partido que se le antoja mágico, un partido que contará con un mal día en el trabajo del delantero y una discusión con la novia del defensa contrarios, esa es su baza. Y sucederá que por algún motivo que el mal jugador desconoce las bolas se irán colando en la portería contraria y ganará…
Los eternos victoriosos se mirarán, no comprenderán, despegaran las manos sudorosas de los mangos de madera y se frotarán el pelo. Tras limpiarse el sudor en la camiseta y pasarse la lengua por unos labios que saben a derrota atravesarán la cancha para entregarte sumisos su mano, el eterno perdedor reconvertido, la encajará con júbilo y sonreirá.  Sin comprender demasiado como ha sucedido, pero contento por el azar que por una vez se ha puesto de su parte, se dará la vuelta y partirá.
―¿He dónde coño vas? ¡Saca una moneda carbón, queremos la revancha!
―¿Cómo?... No puedo tengo una comida familiar, me tengo que ir…

Y a huir que así se mantienen las victorias.

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