jueves, 10 de octubre de 2013

SABÍA QUE NO EXISTÍAS

Vuelvo a casa. Es de noche, corre una agradable brisa y fumo. No hay nadie por la calle, nadie no, muy poca gente, delante de mí un muchacho pasea en bicicleta, por el carril bici que nuestro amado ayuntamiento ha instalado recientemente. Habla por el móvil, “Sí cariño, claro cariño, no cariño”. Sigo fumando y miro los nuevos rascacielos y las estructuras de los que están por construirse, un Manhattan en Barcelona, ¿quién lo iba a decir? Y a dos pasos de uno de los barrios más deprimidos. Sigo fumando y caminando, con la mano en el bolsillo y el muchacho, lento tan lento que de vez en cuando lo adelanto, sigue hablando presumiblemente con su pareja.

“El de la bicicleta”, oigo, “Usted, el de la bicicleta”. Miro hacia el cielo, es uno de esos momentos de debilidad que muy pocos ateos  y/o agnósticos reconocerán, y pensé: “Mierda tantos años de negar la existencia de ningún dios y ahora le habla al de la bici”. Ambos ―el de la bici y yo― nos detenemos en seco, yo miro al cielo, esperando a que la voz cavernosa que ha hablado siga, cuando se lo cuente a mi padre lo flipará y probablemente me desheredará, que en nuestro caso sería que me arrebataría todo el colesterol, pues dinero no tenemos, colesterol no nos cabe más pero dinero… En fin espero que nuestro creador siga con la charleta y miro al de la bici que ahora me mira a mí, encojo los hombros y vuelvo a levantar la cabeza.
“Deténgase y hable por el móvil sin circular” Que quisquilloso se ha puesto el barba, no recuerdo ninguna anécdota semejante con Bush o con Obama, “Deténgase, pare de bombardear”. Miro de nuevo al muchacho que no me mira, ni a mí ni al cielo, mira a la calle. Sigo la línea imaginaria que marca su mirada, hay un coche de policía. Dos policías de uniforme en su interior. “Está prohibido hablar por el móvil mientras circula en bicicleta”, el muchacho separa el teléfono celular de su oreja y lentamente, como temiendo cualquier cosa baja de la bicicleta. El policía que hablaba por el megáfono, asiente, satisfecho y arranca el coche.
Enciendo otro cigarrillo con la colilla humeante del que tengo entre los dedos y miro al muchacho. Él también me mira, comienzo a caminar paso por su lado. “¿Has visto eso?”, asiento. “No me lo puedo creer” dice. Asiento nuevamente y me despido con un “buenas noches”.
Esta vez, sin mirar al cielo, digo en voz alta: “Sabía que no existías”. Giro un poco la cabeza y el chaval habla por el móvil. Pienso que a esta patrulla no se le debe escapar una, deben estar orgullosos en su comisaría. “¿Qué han hecho Ramírez y Capdevila esta noche?”, “Veamos… han impedido que un perro cruzase en rojo, han ayudado a unos basureros a desatascar la rueda de un contenedor de una alcantarilla, guiado a unos turistas japoneses a llegar a la Sagrada Familia… ah y han regañado a un muchacho que iba en bicicleta y hablaba por el móvil”.
La acción no es criticable al cien por cien, realmente si está prohibido está prohibido. Pero una calle desierta, un carril bici, un chaval y un móvil me parecen bastante inofensivos. Quizá es la zona que les ha tocado patrullar y eso es lo único que sucede en esa lugar, ni robos, un hurtos, ni camellos, nada, sólo chavales que pasean. Muy apasionante no es, pero todos tenemos aspectos de nuestros trabajos que son aburridos, monótonos, puede que esta sea la parte monótona. Después están los desahucios, las manifestaciones… perdón, lo sé no viene a cuento, demagogia, lo sé… se me calientan las teclas y…

Así, que desaparezco por una callejuela en dirección a casa y pienso en la suerte que he tenido, quizá no puedo encenderme un cigarrillo mientras hablo por el móvil y me abrocho un zapato, quizá me multan, pero lo realmente importante no es que no pueda hacerlo porque esté prohibido sino porque soy incapaz de hacer dos cosas a la vez. Y quizá sea más importante aún que haya creído que dos mozuelos (pues eran muy jóvenes) recién salidos de la academia me hayan hecho pensar, hayan conseguido que tantos años de negación ante la posibilidad de la existencia de cualquier dios, se fueran al traste. ¿A caso lo más parecido a un dios es un megáfono para dictar normas? Me voy a casa, se lo cuento a Gal·la y que ella decida si se me ha ido la chaveta. 

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