miércoles, 23 de octubre de 2013

DESTRUIR, CONSTRUIR

Abrió la puerta de la destartalada casa de chapa y vio a los gatos bebiendo agua del cuenco.  Juntó cuatro ramas secas y sin problemas encendió un fuego entre cuatro piedras ennegrecidas, colocó sobre él un cazo con agua y fue a ducharse. La ducha era una suerte de cañería mal taponada con un grifo oxidado, se duchó bajo el sol matutino y con la toalla atada a la cintura armó un cigarrillo. Tenía una caja metálica con tabaco que conseguía de una minuciosa recolección de colillas, su lugar predilecto era la puerta de las oficinas, ahí mucha gente deja los cigarrillos a medias y se consigue tabaco casi sin usar y de muy buena calidad.

Cuando el agua estuvo caliente, se preparó un café y lo tomó mientras fumaba, sentado en un sofá con la tapicería rota y algún que otro muelle salido. Observó su jardín, que era como él llamaba al terreno baldío donde vivía, un solar abandonado, cerrado con una reja metálico y rodeado por un alto muro de ladrillos rojos, húmedos y musgosos del lado de dentro, pintarrajeados por la parte exterior. Al fondo de la parcela su casa, una vieja caseta de obras, con la puerta rota y sin cristales en las ventanas, junto a ella una higuera que daba extraordinarios higos, otro árbol de especie desconocido llenaba de hojas amarillas el suelo de la entrada y en el resto del solar, desperdigados sin ninguna coherencia, el sofá ya descrito, una mesa y dos sillas de plástico, un par de neumáticos  y un viejo lavarropas.
Se vistió y se dedicó a la tarea que ocupaba todas las mañanas, sentado en uno de los neumáticos con la lata entre las piernas comenzó a desmenuzar las colillas que había juntado el día anterior. Mesclando distintos tipos de tabacos, distintas marcas, llenó la lata, mezcló las hebras con la mano y olió profundamente, orgulloso del tabaco de su cosecha.
Estaba atusando la almohada dentro de la caseta cuando le pareció ver una sombra, fuera, en el jardín. Agarró un trozo de cañería que tenía junto al cabezal del catre y salió al exterior, la verja estaba abierta pero no vio a nadie, los gatos no estaban, intentando no hacer ruido rodeó la barraca, ambos se sorprendieron al verse, él alzó la cañería en actitud amenazante.
―¡Tranquilo!
―¿Qué haces aquí?
―Baja eso anda que te vas a hacer daño.
Retrocedió unos pasos y escuchó ruido a sus espaldas, dos hombres más habían entrado en  el terreno. Como un perro acorralado mostró los dientes y reculó apuntando a los intrusos con la tubería.
―¡Iros de aquí o me lió a ostias eh!
―Vamos a ver, que te calmes coño, ¿tú eres el dueño de esto?
―¿Qué queréis?
―Venimos del seguro, que hay que arreglar un par de cositas.
Leyó el papel que el que parecía el jefe le había dado. Un parte de trabajo, se trataba de un trabajo urgente, en un día tenía que estar termina. Desconfiando aún de la situación de la que era protagonista, miró de nuevo a los hombres y leyó de nuevo el papel.
―¿Es broma?
―Mira nosotros venimos del seguro, tenemos que poner esto a punto y marcharnos, no estaremos más de cinco horas, déjanos a nosotros y este quedará fetén.
Habían aparecido cuatro hombres más, unos desbrozaban el terreno, otros reparaban la ducha, colocando una nueva tubería sin óxido y un desagüe a la alcantarilla más cercana, otros colocaban cristales nuevos a las ventanas y otros sustituían las bisagras de la puerta.
Cuando terminaron, el jardín estaba impoluto y como les sobraba tiempo le habían dado una mano de pintura a la chapa de la chabola que resplandecía de un color rojo intenso.
―Bueno, nosotros ya estamos. Si me firma aquí ya nos vamos.
Se levantó del sofá y se acercó al hombre, este miró el mueble destartalado y gritó a unos de sus chavales.
―Manolo, hazme el favor y colócale los muelles a este sofá, anda.
Y mientras el hombre firmaba el parte de trabajo, el muchacho reparó en un santiamén los muelles del sofá.  Se estrecharon la mano y se fueron por donde habían venido.
De pié, mirando la verja que se cerraba se quedó con un cigarrillo entre los dientes.  Se preguntó por qué no había advertido a los trabajadores, porque no les había avisado que estaban en un error. Leyó el papel cuando se lo entregó el hombre y lo que decía él y lo que constaba  en el papel no tenía ninguna relación. El papel decía claramente que debían desmantelar el solar, que no tenía que quedar nada en él y suponía que por costumbre, por pura rutina en lugar de destruir, construyeron. Encendió el fuego y arrugó el papel y lo arrojó a las llamas.

―Y luego la gente se queja de los seguros…

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