Abrió la puerta de la destartalada casa de chapa y vio a los
gatos bebiendo agua del cuenco. Juntó
cuatro ramas secas y sin problemas encendió un fuego entre cuatro piedras
ennegrecidas, colocó sobre él un cazo con agua y fue a ducharse. La ducha era
una suerte de cañería mal taponada con un grifo oxidado, se duchó bajo el sol
matutino y con la toalla atada a la cintura armó un cigarrillo. Tenía una caja
metálica con tabaco que conseguía de una minuciosa recolección de colillas, su
lugar predilecto era la puerta de las oficinas, ahí mucha gente deja los
cigarrillos a medias y se consigue tabaco casi sin usar y de muy buena calidad.
Cuando el agua estuvo caliente, se preparó un café y lo tomó
mientras fumaba, sentado en un sofá con la tapicería rota y algún que otro
muelle salido. Observó su jardín, que era como él llamaba al terreno baldío
donde vivía, un solar abandonado, cerrado con una reja metálico y rodeado por
un alto muro de ladrillos rojos, húmedos y musgosos del lado de dentro,
pintarrajeados por la parte exterior. Al fondo de la parcela su casa, una vieja
caseta de obras, con la puerta rota y sin cristales en las ventanas, junto a
ella una higuera que daba extraordinarios higos, otro árbol de especie
desconocido llenaba de hojas amarillas el suelo de la entrada y en el resto del
solar, desperdigados sin ninguna coherencia, el sofá ya descrito, una mesa y
dos sillas de plástico, un par de neumáticos y un viejo lavarropas.
Se vistió y se dedicó a la tarea que ocupaba todas las
mañanas, sentado en uno de los neumáticos con la lata entre las piernas comenzó
a desmenuzar las colillas que había juntado el día anterior. Mesclando
distintos tipos de tabacos, distintas marcas, llenó la lata, mezcló las hebras
con la mano y olió profundamente, orgulloso del tabaco de su cosecha.
Estaba atusando la almohada dentro de la caseta cuando le
pareció ver una sombra, fuera, en el jardín. Agarró un trozo de cañería que
tenía junto al cabezal del catre y salió al exterior, la verja estaba abierta
pero no vio a nadie, los gatos no estaban, intentando no hacer ruido rodeó la
barraca, ambos se sorprendieron al verse, él alzó la cañería en actitud
amenazante.
―¡Tranquilo!
―¿Qué haces aquí?
―Baja eso anda que te vas a hacer daño.
Retrocedió unos pasos y escuchó ruido a sus espaldas, dos
hombres más habían entrado en el
terreno. Como un perro acorralado mostró los dientes y reculó apuntando a los
intrusos con la tubería.
―¡Iros de aquí o me lió a ostias eh!
―Vamos a ver, que te calmes coño, ¿tú eres el dueño de esto?
―¿Qué queréis?
―Venimos del seguro, que hay que arreglar un par de cositas.
Leyó el papel que el que parecía el jefe le había dado. Un
parte de trabajo, se trataba de un trabajo urgente, en un día tenía que estar
termina. Desconfiando aún de la situación de la que era protagonista, miró de
nuevo a los hombres y leyó de nuevo el papel.
―¿Es broma?
―Mira nosotros venimos del seguro, tenemos que poner esto a
punto y marcharnos, no estaremos más de cinco horas, déjanos a nosotros y este
quedará fetén.
Habían aparecido cuatro hombres más, unos desbrozaban el
terreno, otros reparaban la ducha, colocando una nueva tubería sin óxido y un
desagüe a la alcantarilla más cercana, otros colocaban cristales nuevos a las
ventanas y otros sustituían las bisagras de la puerta.
Cuando terminaron, el jardín estaba impoluto y como les
sobraba tiempo le habían dado una mano de pintura a la chapa de la chabola que
resplandecía de un color rojo intenso.
―Bueno, nosotros ya estamos. Si me firma aquí ya nos vamos.
Se levantó del sofá y se acercó al hombre, este miró el
mueble destartalado y gritó a unos de sus chavales.
―Manolo, hazme el favor y colócale los muelles a este sofá,
anda.
Y mientras el hombre firmaba el parte de trabajo, el
muchacho reparó en un santiamén los muelles del sofá. Se estrecharon la mano y se fueron por donde
habían venido.
De pié, mirando la verja que se cerraba se quedó con un
cigarrillo entre los dientes. Se
preguntó por qué no había advertido a los trabajadores, porque no les había
avisado que estaban en un error. Leyó el papel cuando se lo entregó el hombre y
lo que decía él y lo que constaba en el
papel no tenía ninguna relación. El papel decía claramente que debían
desmantelar el solar, que no tenía que quedar nada en él y suponía que por
costumbre, por pura rutina en lugar de destruir, construyeron. Encendió el
fuego y arrugó el papel y lo arrojó a las llamas.
―Y luego la gente se queja de los seguros…
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