miércoles, 30 de octubre de 2013

Y MIENTRAS TANTO EN ESPAÑA

Quijorna, Cuenca del Guadarrama, Madrid. Un colegio, el Príncipes de Asturias, un mercadillo con un lema: “Fomentar y promocionar los valores tradicionales de la cultura española”, una fotografía, esvásticas, el yugo y las flechas y una pancarta: “¡Saludo a Franco, Arriba España!”.

¿La España de los cincuenta?, ¿La España predemocrática? No, querido lector, nuestra España actual, la de las muchachas recauchutadas de la tele, la de los políticos corruptos, la de los sindicatos vendidos, la de los recortes; la nuestra, la de siempre, tradicionalista y apalancada, ayer, hoy y mañana.

Mi abuela decía que las manchas no hay que tocarlas, que si una mancha se toquetea se adhiere más a la tela y es entonces cuando no sale y la prenda en cuestión no servirá para otra cosa que para hacer trapos. Paradójicamente, en esta ancha tela, en esta curtida piel de toro, las manchas permanecen cuando menos se las toca, cuando menos se hurga en ellas más calan, más se afianzan. El inmovilismo es lo que se lleva, moverse poco y que parezca que el cambio ha sido radical, cambiar de color pero mantener el alma oscura, movimientos lentos o grandes desplazamientos para terminar en el mismo lugar.

Para alguien que no está acostumbrado a leer poesía, un soneto cualquiera puede ser un conjunto de palabras y renglones sin más, pero otro que es ducho en el tema puede encontrar metáforas, comparaciones, epítetos e hipérboles. Sucede que la gran mayoría de nosotros jamás hemos leído poesía, y quiero que me entiendan, cuando hablo de poesía, hablo de lo que sucede a nuestro alrededor, de lo que vemos y no entendemos, de lo que sucede y no comprendemos, de lo que nos cuentan y no desciframos.

Nos llevan recitando la misma poesía durante años y nos hemos acostumbrado. Una vez cambiaron la rima, de consonante a asonante, pero el texto era el mismo y al personal, perdonen el coloquialismo, se le hizo el culo Pepsi cola. “¿Pero no lo escuchas, hombre? ¿No ves que la cantinela ha cambiado, que es otra la letra, que es otra la historia? Que ahora sí, hombre”. Y uno, que no es ni poeta ni rapsoda pero que de vez en cuando se le atraganta un verso y le da por pensar, no lo tiene claro y lo dice porque uno es así, oiga. Y lo miran raro y no se fían, que esta nueva canción, que la nueva balada suena bien y ya está bien; ya saben, el inmovilismo el de no meneallo.

¿Y qué nos sucedería si un día aprendemos todos a recitar? ¿Qué nos pasará si un día aprendemos cuál es la diferencia entre comparación y metáfora? O, mejor aún, ¿qué les sucederá a aquellos que recitan monótonos una constante cuando descubran que ya sabemos de qué va la historia y que ya no nos creemos sus monsergas?

Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle con un fruto. 

Miguel Hernández

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