Quijorna, Cuenca del Guadarrama, Madrid. Un
colegio, el Príncipes de Asturias, un mercadillo con un lema: “Fomentar y
promocionar los valores tradicionales de la cultura española”, una fotografía,
esvásticas, el yugo y las flechas y una pancarta: “¡Saludo a Franco, Arriba
España!”.
¿La España de los cincuenta?, ¿La España
predemocrática? No, querido lector, nuestra España actual, la de las muchachas
recauchutadas de la tele, la de los políticos corruptos, la de los sindicatos
vendidos, la de los recortes; la nuestra, la de siempre, tradicionalista y
apalancada, ayer, hoy y mañana.
Mi abuela decía que las manchas
no hay que tocarlas, que si una mancha se toquetea se adhiere más a la tela y
es entonces cuando no sale y la prenda en cuestión no servirá para otra cosa
que para hacer trapos. Paradójicamente, en esta ancha tela, en esta curtida
piel de toro, las manchas permanecen cuando menos se las toca, cuando menos se
hurga en ellas más calan, más se afianzan. El inmovilismo es lo que se lleva,
moverse poco y que parezca que el cambio ha sido radical, cambiar de color pero
mantener el alma oscura, movimientos lentos o grandes desplazamientos para
terminar en el mismo lugar.
Para alguien que no está
acostumbrado a leer poesía, un soneto cualquiera puede ser un conjunto de
palabras y renglones sin más, pero otro que es ducho en el tema puede encontrar
metáforas, comparaciones, epítetos e hipérboles. Sucede que la gran mayoría de
nosotros jamás hemos leído poesía, y quiero que me entiendan, cuando hablo de
poesía, hablo de lo que sucede a nuestro alrededor, de lo que vemos y no
entendemos, de lo que sucede y no comprendemos, de lo que nos cuentan y no
desciframos.
Nos llevan recitando la misma
poesía durante años y nos hemos acostumbrado. Una vez cambiaron la rima, de
consonante a asonante, pero el texto era el mismo y al personal, perdonen el
coloquialismo, se le hizo el culo Pepsi cola. “¿Pero no lo escuchas, hombre?
¿No ves que la cantinela ha cambiado, que es otra la letra, que es otra la
historia? Que ahora sí, hombre”. Y uno, que no es ni poeta ni rapsoda pero que
de vez en cuando se le atraganta un verso y le da por pensar, no lo tiene claro
y lo dice porque uno es así, oiga. Y lo miran raro y no se fían, que esta nueva
canción, que la nueva balada suena bien y ya está bien; ya saben, el
inmovilismo el de no meneallo.
¿Y qué nos sucedería si un día
aprendemos todos a recitar? ¿Qué nos pasará si un día aprendemos cuál es la
diferencia entre comparación y metáfora? O, mejor aún, ¿qué les sucederá a
aquellos que recitan monótonos una constante cuando descubran que ya sabemos de
qué va la historia y que ya no nos creemos sus monsergas?
Como el toro he
nacido para el luto
y el dolor, como
el toro estoy marcado
por un hierro
infernal en el costado
y por varón en
la ingle con un fruto.
Miguel Hernández
Apalancada.. no hay mejor definición !
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