La historia que voy a contarles tiene tintes exóticos.
Exóticos por qué sucede en lo más profundo de la selva brasileña, pero nada
más. Se quitó la vida, era joven y se arrebató la vida, ¿cómo?, ¿acaso importa
eso? Los detalles importan poco. Ahora está muerto, como cuarenta de sus
congéneres que siguieron el mismo camino en lo que va de año, en realidad fue él
el que siguió su camino. Desapareció de la selva, era parte de ella, vivo y
ahora forma parte de ella, muerto.
Dicen que el guaraní es el idioma más bonito del mundo. Poco
a poco deja de sonar entre los ruidos de pájaros y los chillidos de los monos o
el abrasador silencio de la selva nocturna, poco a poco se deja de oír mborayhu (amor), guyra
(pájaro), ka’aguy (bosque) o sy (madre) Poco a poco desaparecen los
sonidos, poco a poco desaparece hasta el silencio.
No sé cuál era el nombre del
muchacho, puedo decirles que tenía diecisiete años, diecisiete años fueron
suficientes para madurar, para llegar a una conclusión terrible, para
arrancarse la vida, para unirse definitivamente con la selva, para no ver lo
que está sucediendo, para protestar por última vez. La selva se agota, la selva
es arrebatada a sus dueños, se planta soja y se construyen granjas, y la tierra
guaraní es diezmada, son arrinconados, maltratados, asesinados.
Pues en este caso, como en tantos
otros, deben olvidarse de la palabra suicidio y deben sustituirla por la
palabra asesinato, un muchacho de diecisiete años es asesinado, monstruos con
fauces de acero, comen árboles, matan animales, esos monstruos no son
autónomos, tienen un alma en su interior, un alma de carne y hueso un alma
hecha del mismo material que la guaraní, infectada, pero igual que la guaraní.
Son hombres, hombres que comen hombres, hombres que una vez lloraron igual que
un guaraní, hombres que morirán igual que los guaraníes.
Lo sé, muchos pensarán que eso
queda lejos, que el dolor lejano es menos dolor, que el sufrimiento no
atraviesa mares ni montañas. Viajen entonces, yo les ayudo, atraviesen la selva
brasileña, crucen el océano, ¿lo ven? Ahí a lo lejos están ustedes, sigan
acercándose, ¿ya han llegado? ¿Qué ven? Si están mirando donde yo miro, lo verán,
¿ven a un grupo de personas enfrente de un edificio? Es lo que parece,
monstruos, los mismos monstruos con el alma de las que les hablaba, igual que
la guaraní, igual que la suya, echan a una anciana de su casa, pero miren,
miren más arriba, correcto, han detenido la vista en el piso adecuado. No hay
selva, no hay pájaros tropicales, ni monos, ni serpientes, pero hay… en efecto
eso que se desploma por el aire es un hombre, dejen de mirar si quieren, pero
ya es demasiado tarde.
Ahora, de nuevo con los pies en la
tierra descubrirán si son valientes, si realmente quieren descubrirlo, que al
girar la cabeza que la selva guaraní está cerca, está justo donde debe estar,
en todas partes. No hay monstruos diferentes, el color, el tallaje o el motivo
no los modifica, ustedes pueden ser un niño guaraní de diecisiete años, ustedes
de hecho, son ese niño, ese mborayhu,
ese guyra, ese ka’aguy y esa sy.
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