martes, 15 de octubre de 2013

SON ESE NIÑO

La historia que voy a contarles tiene tintes exóticos. Exóticos por qué sucede en lo más profundo de la selva brasileña, pero nada más. Se quitó la vida, era joven y se arrebató la vida, ¿cómo?, ¿acaso importa eso? Los detalles importan poco. Ahora está muerto, como cuarenta de sus congéneres que siguieron el mismo camino en lo que va de año, en realidad fue él el que siguió su camino. Desapareció de la selva, era parte de ella, vivo y ahora forma parte de ella, muerto.

Dicen que el guaraní es el idioma más bonito del mundo. Poco a poco deja de sonar entre los ruidos de pájaros y los chillidos de los monos o el abrasador silencio de la selva nocturna, poco a poco se deja de oír mborayhu (amor), guyra (pájaro), ka’aguy (bosque) o sy (madre) Poco a poco desaparecen los sonidos, poco a poco desaparece hasta el silencio.
No sé cuál era el nombre del muchacho, puedo decirles que tenía diecisiete años, diecisiete años fueron suficientes para madurar, para llegar a una conclusión terrible, para arrancarse la vida, para unirse definitivamente con la selva, para no ver lo que está sucediendo, para protestar por última vez. La selva se agota, la selva es arrebatada a sus dueños, se planta soja y se construyen granjas, y la tierra guaraní es diezmada, son arrinconados, maltratados, asesinados.
Pues en este caso, como en tantos otros, deben olvidarse de la palabra suicidio y deben sustituirla por la palabra asesinato, un muchacho de diecisiete años es asesinado, monstruos con fauces de acero, comen árboles, matan animales, esos monstruos no son autónomos, tienen un alma en su interior, un alma de carne y hueso un alma hecha del mismo material que la guaraní, infectada, pero igual que la guaraní. Son hombres, hombres que comen hombres, hombres que una vez lloraron igual que un guaraní, hombres que morirán igual que los guaraníes.
Lo sé, muchos pensarán que eso queda lejos, que el dolor lejano es menos dolor, que el sufrimiento no atraviesa mares ni montañas. Viajen entonces, yo les ayudo, atraviesen la selva brasileña, crucen el océano, ¿lo ven? Ahí a lo lejos están ustedes, sigan acercándose, ¿ya han llegado? ¿Qué ven? Si están mirando donde yo miro, lo verán, ¿ven a un grupo de personas enfrente de un edificio? Es lo que parece, monstruos, los mismos monstruos con el alma de las que les hablaba, igual que la guaraní, igual que la suya, echan a una anciana de su casa, pero miren, miren más arriba, correcto, han detenido la vista en el piso adecuado. No hay selva, no hay pájaros tropicales, ni monos, ni serpientes, pero hay… en efecto eso que se desploma por el aire es un hombre, dejen de mirar si quieren, pero ya es demasiado tarde.

Ahora, de nuevo con los pies en la tierra descubrirán si son valientes, si realmente quieren descubrirlo, que al girar la cabeza que la selva guaraní está cerca, está justo donde debe estar, en todas partes. No hay monstruos diferentes, el color, el tallaje o el motivo no los modifica, ustedes pueden ser un niño guaraní de diecisiete años, ustedes de hecho, son ese niño, ese mborayhu, ese guyra, ese ka’aguy y esa sy.

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