Sucede, y ustedes mismos pueden comprobarlo, que a medida
que uno va madurando su nivel de tolerancia ante la estupidez supina va
menguando, exponencialmente, a más edad menos tolerancia. Fíjense en los
ancianos, los ancianos, llegados al zenit de su vida y a la cumbre de la formación
de su carácter, adquieren una impunidad dignísima, “ahora ya no tengo que
rendir cuentas a nadie”, son capaces de levantarse de una mesa dejando una
conversación a medias, y paradójicamente no es una falta de educación, se
convierte en un acto de rebeldía.
Es curioso como los jóvenes y los adultos, a excepción de
algún caso, nos vemos obligados a aguantar sandeces, a sostener conversaciones
banas e incluso ofensivas o hirientes por el mero hecho de la buena ―aunque
buena sea en este caso sinónimo de socialmente aceptado― educación. Se nos obliga a dibujar una sonrisa en nuestra
jeta y a asentir mientras nuestro interlocutor, campa a sus anchas por nuestros
sentimientos y nuestra tolerancia , sabiendo que somos seres correctos y que no
interrumpiremos su perorata.
Pues bien desde esta tribuna que yo mismo he construido,
quizá con madera carcomida, o en mal estado, pero al fin y al cabo tribuna,
mía, carcomida o no, abogo por el envejecimiento de las acciones, entendiéndose
por envejecimiento maduración prematura, pero sólo en cuanto a la libertad de
actos. Inténtenlo, sus jaquecas y sus úlceras se lo agradecerán. Ustedes no
tienen por qué aguantar todo lo que les venga, son dueños de sus oídos y de sus
pies, eviten que sus oídos escuchen lo que no quieren y usen sus pies para
alejarse.
Yo ya he comenzado a practicar y he notado un descenso
importante en mi consumo de sal de frutas. Entiéndanme, no se trata de ser un
cobarde y eludir cualquier conversación adversa, de poner tierra de por medio
ante una discusión que no les sea favorable, pero no deben perder el tiempo con
mentes cerradas, a no ser que sean profetas con intenciones de cambiar la
mentalidad de sus semejantes, la conversación con paredes adoquinadas es una pérdida
de tiempo. Tengo un gran amigo, al cual quiero
y respeto, que en cuestión de política se posiciona en las antípodas de mis
creencias. Nada tiene que ver el prisma con el que ve él la realidad con el que
la veo yo, absolutamente nada, sin embargo honro a nuestra relación con un
extraño galardón, no discutir jamás, discutir discutimos pero lo que no hacemos
es enfadarnos, alzar la voz o retirarnos la palabra.
Sepan elegir, una sobremesa puede ser un ambiente hostil,
una guerra sin cuartel de ideologías y de pensamientos, puede también ser un ambiente
divertido si ustedes están dispuestos a escuchar sandeces y a debatir sin
remover excrementos o hacer sangre. Evidentemente todo depende de su estado de
ánimo, les diré como actúo yo, no son las claves de nada, simplemente son los
resultados de mis investigaciones, tan fiables como el abre-fácil de los paquetes de embutido, unas
veces funciona y otras veces no.
Elijo mis interlocutores conocidos dependiendo de mi estado
de ánimo, si tengo un día guerrero, de esos en los que apetece una buena
discusión, elijo al que reconozco como un gallo de pelea, el que arde con tres
o cuatro palabras clave, una vez encendida la mecha sólo hay que dejarse
llevar, la discusión está servida. Por lo contrario si tengo un día calmado,
una jornada en la que no tengo ganas de que ningún exaltado me grite a dos centímetros de la cara, elijo al
conversador taimado, al que disfruta con una buena charla intercambiando
opiniones pero que no enarbolará estandartes ni se ofenderá con la opinión
contraria que le ofrezca. Estos casos son tête à tête, pero también
existen las conversaciones grupales, una sobremesa como antes comentaba, en las
sobremesas también hay que utilizar el estado de ánimo, pero sucede
habitualmente que las discusiones aparecen de la nada, como un meteorito
impactan sobre la mesa, entre los chuscos de pan y las manchas de tomate del
mantel. Comprobarán, que pueden llegar a sentirse muy solos, cuñados, hermanos,
tías y sobrinos comenzarán a alzar la voz, el vino y el cava ayuda muchísimo, cualquier
palabra que salga de su boca será reprendida con violencia (verbal en el mejor
de los casos) y no habrá lugar a ninguna discusión entretenida, el tapete se
convertirá en una pelea de gallos enloquecidos y alcoholizados, hágame caso “ancianícese”,
apure su copa, levántese, es probable que no tenga ni que excusarse, aléjese
lentamente y si es usted fumador busque balcón y terraza para aliviar el
síndrome, por lo contario si no es adicto, aléjese de todas formas, busque un
lugar tranquilo, seco y con luz tenue, los abuelos han descubierto que una
buena siesta, no sólo los amansa a ellos, también a las fieras del salón. Al
volver el sopor de las bebidas espirituosas habrá surtido efecto, ellos mismos
se habrán derrotado.
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